“Alguien me preguntó: ¿Qué es Sumo? Es una pregunta tan estúpida. Es como preguntar, ¿qué es tu zapato? ¿Qué carajo respondés? Entonces yo le dije: Sumo es algo que hace tu abuela cuando no tiene nada en qué pensar”. Luca, una canción, que sopla como el viento. Podría ser una frase hecha. Sin embargo, cabe resignificarla.
Alguna vez, en un intento de definir al rock, Javier Martínez, de Manal, dijo: “El rock es como el viento, por alguna gente no pasa”. Pues, Luca también fue como el viento. “El rock debe ser simple, dos acordes”, decía. “¿Qué es el rock? ¡Es el kcor al revés!”. Así, la simpleza y la desmitificación del escenario rockero en épocas de terrorismo de Estado. Pateador de tableros. “El rock es en inglés, que se vaya a la concha de su madre el rock nacional”, otra de sus máximas. Sin embargo, tiempo después, el fuelle tano se aporteñó.
Dentro de ese viento, todo fue escrito. Por Petinatto, por Divididos, por Las Pelotas. Todas las anécdotas fueron contadas. Por Mollo, Arnedo, Sokol, Superman, Daffunchio. Zumba en el viento del corazón. De ojotas al bar, y del bar al cielo. Nació en Roma. Hijo de Mario Prodan, un turco italiano nacido en el imperio austrohúngaro, y Cecilia Pollock, nacida en China e hija de escoceses que residieron en Shanghái y Pekín antes de la Segunda Guerra Mundial y que estuvieron en un campo de concentración japonés, que huyeron a Roma. Tuvo tres hermanos: Michela y Claudia, nacidas en China, y Andrea, romano. Claudia se suicidó. “Dejó una carta como de 40 páginas”, confesó Luca. Le compuso Warm Mist, la cálida niebla, un lamento maravilloso: “Es posible que recuerdes a Claudia, estuvo a la deriva hasta que se hundió, fue tan triste. Con ella se llevó a su amor, él era lo único que ella tenía. Pero no quiero ir por ese camino”. Esa muerte lo marcó por siempre. Claudia y su novio Carlo Pistoni se suicidaron en julio de 1979. Inhalaron monóxido de carbono en un auto. Antes se habían picado heroína. Luca la había iniciado en el consumo. Más tarde le advirtió a Andrea que si tocaba esa droga lo cagaba a palos. Luca se fue al lugar más lejano, al culo del mundo, alentado por un amigo escocés, Timmy McKern, que vivía en Córdoba. Murió sin morir, y se fue a donde la heroína no existía. La Cumbrecita lo albergó. “Yo era un pobre hijo de puta que había venido acá para dejar de tomar heroína”. Allí estuvo un año limpio, pero con algo había que apaciguar el enorme abismo. “Tomé como ochenta mil damajuanas de vino”. Luca llegó en el ochenta, a los 27 años. No vivió la represión, estaba en medio del monte. “No la veía, porque a mí no me veía nadie”.
Sin embargo fue comprometiéndose con la idiosincrasia argentina, con ciertas luchas, sobretodo, la de derechos humanos. “Tensión social hay porque no hay guita, esa es la cuestión number one. El otro día estuve acá en la Plaza, en la Marcha de la Resistencia. Estuve con Hebe de Bonafini. Me hicieron una entrevista para el diario de las Madres. A mí lo de las Madres me parece bien. Al final, ese Astiz todavía anda suelto, y encima lo quieren ascender. ¡Ese tipo tiene que estar en la cárcel de por vida!”.
“Yo viví siete años en Londres y tuve que dejar todo y venirme porque la heroína me estaba matando. La heroína es la mamá eterna, es como el útero que te protege. Con ella no se jode, por algo es la segunda droga en importancia, la primera es el poder”.Estudió en Escocia en un colegio para príncipes, marchó con un ejército de gaitas, becado para Cambridge, le pidió a la familia que lo sacasen de ahí. Nada pasó. “Atmósfera de familia sin amor”, decía. Entonces se fugó, lo buscó Interpol por toda Europa cuando la familia no supo nada más de él durante meses, hasta que la policía lo detuvo, al mismo tiempo en que -circunstancial y sorpresivamente- Cecilia y Andrea caminaban por esa misma calle romana. Desertor del servicio militar, estuvo preso un total de 14 meses, salió rabioso, “enfermo mental” -según un médico militar-, se acercó al post punk inglés, el dark, el reggae, las calles, los excesos. Se contagia hepatitis, se salva milagrosamente de un coma hepático. Y sigue. “Yo quería hacer una banda como Joy Division, pero acá -Argentina- nadie sabía quién era Joy Division”. De Birmingham a Twinckenham, y después a Hurlingham. Primero fue la banda que cantaba en inglés durante la guerra de Malvinas, después, la Buenos Aires post dictadura, entre expresos imaginarios, cerdos, peces, Sumo, la Hurlingham Reggae Band, Sumito, Café Einstein y Parakultural.
Sumo fue una aplanadora. Luca fue líder y bandera de esa revolución musical. Nunca se había escuchado algo así en estas tierras. Por donde Sumo pasó, no creció más el pasto. Luca anduvo sacando corpiños en la madrugada, se dividió por la felicidad de la Joy Division, hasta que llegaron los monos después del chabón. “Ya no hay más monos, no existen. Si nos estamos extinguiendo nosotros y nuestro planeta, de los monos ni hablar. Pero, si es que llegan, llegarán con todo, y yo los voy a ayudar”. Caballero y vagabundo, educado y erudito, sensible y artista, ascético e irónico, furioso y cosmopolita, crudo y tierno, performer anticlown, una flor en el cemento gris. Tantos años pasamos sin Luca. El pelado que trajo el reggae de Marley, el punk de los Pistols, el crisol de Ian Curtis infectado de Bowie, Reed, Iggy Pop, la poética de Morrison, el alma de Hendrix. ¿Qué más? Un coctel explosivo que explotó. Multifacético.
En muchos recordatorios se habla de que “la muerte lo sorprendió un 22 de diciembre de 1987”. Pero la muerte no lo sorprendió, sino que lo esperó, para que Luca sea único e irrepetible. Tenía 34 años. El secreto era la entrega total. Luca se estaba muriendo desde el primer día en que llegó. Y después no murió más. Vivió y se multiplicó en millones de personas, fans y músicos, en su música, en los graffittis de Luca Not Dead, en el amor del rock. Luca está ahí, cada vez que rompemos un vaso en habitaciones de otros. “El mundo yo ya lo vi. Hasta vi más allá del mundo”.
Por Diego Pintos/ Diario Citrica/
Asociación de Revistas Culturales e Independientes de Argentina (ARECIA)