(por la vaca.org) La feria de animales, máquinas y marcas quedó inaugurada el miércoles con distintas exposiciones y stands. Cuáles son los juegos propuestos para los niños, y con qué se entretienen los grandes. Cuál es el discurso oficial del Ministerio de Agroindustria. Quiénes son los especialistas invitados. Dónde (no) están los feed lot, los transgénicos y agroquímicos. Qué muestra y qué esconde la 131° feria anual de agricultura, ganadería e industria internacional.
La cola de entrada al predio de la Sociedad Rural sobre la Avenida Santa Fe es lo suficientemente larga como para que los niños pregunten muchas veces cuánto falta y dos hombres mayores pidan monedas.
Hasta ahí, cualquier salida de vacaciones de invierno en este país.
En la fila: abuelos, padres, jubilados y abonados al Club 2×1 de La Nación – con fila propia- esperan para comprar la entrada de la Expo Rural 2017.
Son cuatro filas de unas 10 personas cada una que se mantendrán constantes a lo largo del día pero que, según Jorge, no están lejos de cualquier otra exposición: “Es una feria como cualquiera”.
A primera vista no hay botas, ni pañuelos ni nada que indique la presencia de un gaucho, gaucha o gente de campo: quizás a eso se refiera el hombre. Luis, ejemplo, vino de Lomas de Zamora con sus dos nietas y Ariel, Daniel y Alfonso hicieron otra más insólita: “Nos bajamos del avión a las 8, dejamos las cosas en el hotel y vinimos para acá”. Son de Chaco. La primera parada de tour -que dura hasta el domingo y también incluye teatro de revista- es la Expo Rural.
Jorge la compara con la Feria del Libro, aunque advierte que estas fechas se la reserva la sociedad Rural para hacer su propio evento “porque es cuando los pibes están de vacaciones, entonces tienen más gente asegurada”. Él es dueño de uno de los puestos que en la puerta venden choris y es el dato es preciso: esta exposición se celebra siempre durante julio y ya lleva 130 ediciones.
Esta vez se presenta la muestra bajo el hasthag #MeGustaElCampo. La imagen que predomina la gigantografía es de una vaca robusta y con una estrella en su oreja, como las premiadas en los concursos.
Al entrar por avenida Santa Fe, lo primero que se ve son animales parecidos a esa vaca de la promoción, colocadas en un corral que está en medio de un galpón oscuro, con una reja que cada tanto es abierta por mujeres de boina para que los chicos toquen a los animales y los grandes los fotografíen.
Los chicos dicen “¡Hola, vaca!”.
Y las vacas no contestan.
Sara – una sesentona con pañuelo al cuello- aclara: “Son de las buenas”. Las de feed lot no son parte de lo expo.
En este galpón se verán vacas, ovejas y hasta llamas, muchas de ellas con una remera o una especie de sweater que, además de protegerlas del frío, indica la especie y el nombre de la empresa propietaria. Recuerdo entonces la sentencia que el gran Carlos Melone escribió en una contratapa de la MU: “Ponerle un sweater a un perro es como ponerle un traje de neoprene a un delfín”.
Sobre los costados de los corrales hay una fila de stands donde se comercializan tapados, sweaters, alfombras, pantuflas y peluches. No es muy difícil deducir, entonces, que esas
pieles son de esos animales. Cualquier comentario que se haga al respecto puede sonar tan obsceno como ese montaje ferial.
Si hay algo que no hay en el campo es culpa.
La Sociedad Argentina de Criadores de Hereford – y sus pieles- es atendida por dos veteranos amigables que cuentan: “Nos ofrecieron el puesto a último momento: se ve que no tenían tanta gente este año”. Otro de los stands sintetiza su presencia no por volumen de ventas ni pacto de negocios, sino por esa inercia llamada tradición que caracteriza a las costumbres rurales: “Hay que estar”.
Para los chicos, ya dijimos, abundan las propuestas: es hacía ahí que se propone un vínculo que intenta demostrar a los pequeños qué significa el modelo del agro. Una imagen clara la asume el guía gratuito que tiene la expo, un joven de 30 y pico que, chaleco y pelo al costado, relee el cartel que está frente a los chicos y sus padres: “Argentina produce alimentos para 418 millones de personas y nosotros somos 44 millones. Es decir que por un argentino, pueden comer otras diez personas en el mundo”.
La leyenda que eligió poner el ministerio de Agroindustria en su panel avala este discurso oficial: “Producimos para el mundo”.
El guía sigue leyendo el cartel: “Lo que más producimos es soja y trigo. ¿Ustedes comen trigo? Es la harina. ¿Qué comen que tenga harina harina?” Los niños enumeran: pizzas, empanadas… y fideos, sopla una madre. Tartas, suma otra. “Y de soja, ¿qué comen?” Los niños miran a sus madres. Las madres miran al guía. El guía repone: “Leche, aceite, milanesas…”.
Producimos para el mundo.
Nadie informa que la mayor parte de la tierra cultivada en Argentina es para producir comida para chanchos chinos.
En la expo Rural no hay referencias al agro negocio transgénico, a la sojización del país y a la privatización de las semillas. Los carteles prefieren sus neologismos: “Biodesarrollo” “Bioeconomía”. Y exponer en lugar central a sus responsables: Bio Génesis o Baghó, cuyo sugerente lema es “fronterizate”.
Además de una sede del INTA -en el que se huele un clima de negocios- el stand del Ministerio está rodeado de chicos y chicas que juegan al tiro al blanco. Según qué dardo ensarten, apuntan a una pregunta. Por ejemplo: “¿Qué alimentos se comen con soja?”.
A quienes responden bien o más o menos se les regala un cuadradito de cartón con una semilla de trigo adentro. “Es lo más fácil de que crezca”, resume la explicación la promotora. Los niños salen corriendo, contentos por haber ganado, sin entender muy bien qué representa el premio.
Otro juego está en el stand de la Policía de la Ciudad. Allí distintos promotores vestidos de celeste – no policías- promueven dos tipos de juegos: uno con un lente 3D que mira en 360 grados (en sintonía con la onda tecnológica que intenta demostrar la Ciudad); y otro que imita a un memotest. Los chicos deben introducir sus datos personales (DNI, nombre y mail: ¿pór qué? ¿qué hacen con esos datos?) y luego tienen que recordar las patentes que les muestran y después, les esconden. Es decir: jugar a ser policía.
Las propuestas infantiles siguen con Coca Cola gratis – hay media cola de cuadra-, y en el Pabellón de los Chicos los esperan las fast food, una muestra de “Nacimiento de pajaritos”, peluches de animales y, de nuevo, otro stand de Coca Cola.
La Rural parece un gran shopping a cielo abierto de marcas asociadas a lo agro, si se lo expone como mercado. Animales, tractores, autos, camionetas y Coca Cola por todos lados.
Uno de los atractivos es un parque con pendientes pronunciadas donde hay camionetas demostrando la capacidad de sus ruedas y el rendimiento de sus motores. Aquí también hay una cola para subirse a la camioneta y hacer ese paseo semi-extremo desde adentro. Una especie de montaña rusa rural.
Ya entre los pasillos del predio, fuera de los galpones, empieza a verse “gente de campo”, aunque no el gaucho tal cual lo pinta el folklore. “Ahora las plumas las usan en la campera”, bromea un vendedor de Coca Cola para señalar que están de moda esas camperas que se hacen bollitos. Un cartel dentro de uno de los predios resume el concepto de los tiempos transgénicos: “TecnoGaucho”. El vendedor de Coca Cola describe: “Usan Apple, tienen termo Stanley, camionetas Ford o Toyota, toman en café Martínez”. Lo suyo – además de un estudio sociológico preciso- es una enumeración de las empresas que tienen stand dentro de la feria.
Entre los carritos de comida, la reina es la empresa Swift. Las vendedoras que te dan el ticket a cambio de la comida tienen la remera roja de Swift. La hamburguesa que entregan los cocineros es Swift. Al lado de las vacas venden comida… de Sfwit.
Los puestos de embutidos que presumen ser familiares arrojan otro tipo de productos: por 250 pesos uno puede llevarse un salamín, un queso, un chorizo picado fino, otro picado grueso y algo más. Allí se ofrecen pinchos de embutidos para degustar, al igual que las bodegas sus vinos: ““Hay muchos que prueban, prueban, pero no compran. Cada vez más. Antes había más respeto”, sintetiza un enfadado productor regional.
A un costado del parque de comidas hay otro menú gratuito: el centro de espiritualidad Santa María celebra una misa.
Fernet Branca reparte vasitos gratis.
El sindicato UATRE, de trabajadores rurales líder del trabajo en negro, reparte volantes promocionando sus hoteles.
Una pantalla exhibe el programa: poco más tarde, en otro pabellón ofrece la charla llamada “Buenas prácticas agrícolas”, a cargo del ingeniero agrónomo Pablo Grosso. Según revela
su perfil de Linkedin, Grosso trabaja en la empresa de agroquímicos Xinachem y fue gerente de ventas de Monsanto durante diez años.
Del otro lado, el palco principal está ocupado por gente que aprovecha los rayitos de sol de un día frío.
El predio central está vacío y rodeado de los banners publicitarios: Clarín, La Nación, Canal Rural, Chacra TV, Radio Mitre, Ford, New Holland, Banco Nación y Galicia.
Arriba, la leyenda conocida proclama bien grande: “Cultivar el suelo es servir a la patria”.
El perfume también es concocido: mezcla humo de parilla con bosta.
El sonido es alborotado: Radio Mitre, nacional y AM950 trasladaron sus estudios y transmiten por altoparlante.
Detrás de una de las peceras que simulan el estudio radial está ahora mismo Miguel Del Sel, invitado al programa de Fernando Bravo.
Última pregunta de Bravo:
“¿Cómo ve al gobierno?”
Respuesta del cómico:
“Los desastres se arreglan de a poco, no hay nada mágico. Pero le tengo confianza a la gente, al país y a este gobierno, por supuesto”.
El saludo final del conductor suena cariñoso:
“Chau, Miguelito”.
Alguien de este lado del vidrio le pide una foto al Midachi.
Del Sel asiente con la cabeza.
La mujer le da la cámara a la amiga y manotea a su hija, que no entiende qué sucede.
Se paran juntos y sonrientes.
Por detrás asoma el nombre de uno de los salones: “José Alfredo Martínez de Hoz”.