Entrevista a Alfa Lihue Vizcaíno, directora de Crónicas de una caricia: apretar disimulando el silencio. Obra que retrata el costado barilochense que muchos no quieren ver.
La cita es en un café justo enfrente de uno de sus lugares de trabajo. Un submarino, una lágrima, un brownie sin TACC. Alfa Lihue Vizcaíno (Alfa: principio, Lihue: vida: principio de vida) es actriz, dramaturga, payasa, música y la directora de Crónicas de una caricia: apretar disimulando el silencio, llevada a escena por el grupo de teatro independiente BACO, del cual es co-fundadora. La obra se estrenó en 2016 en la Biblioteca Sarmiento y el pasado mayo sumó dos funciones a sala llena. “La idea es que Crónicas esté siempre en escena”, dice Lihue, “que no sea un ciclo cerrado”.
Además de su compromiso con BACO, Lihue es JTP de Actuación I en la Licenciatura y el Profesorado en Arte Dramático de la UNRN y da clases en la escuela de arte La Llave, “tres ámbitos muy distintos, que en mi persona se complementan”.
– En este sentido, ¿cómo ves a la escena teatral barilochense?
-En la Universidad yo estoy compartiendo un saber. Yo no les enseño, no instruyo. Comparto lo que a mí ya me compartieron, lo que sé, y los guío. Me interesa que aprendan el lenguaje del oficio, sobre todo la ética del oficio, y el compromiso de la grupalidad, que no lo tienen otros oficios artísticos. El teatro es en equipo. Cuando yo decidí irme de Buenos Aires una de las cosas que me seducía era que estuviera la Universidad, lo que me interesaba es que va generando una población artística que se queda en la zona, empieza a producir en la zona y a pedir pista. Cuando estos pibes se reciban, ¿cuál va a ser el campo laboral? Estar en esas instancias a mí me interesa.
Lo que yo veo, si tuviera que responderte en términos más generales, es que hay un deseo por comunicar. Por expresarse. Por otro lado, ese deseo en algunos casos se vuelve un hecho estético. Hay gente que quiere subirse a un escenario y que la vea la tía, la madre, la abuela y con eso se conforma, y hay otra que una vez que le pasó eso dice: “¿cómo podemos hacer para que esto se transforme en algo lo más artístico posible?” Es artístico siempre, pero no todo el mundo se sube a un escenario con fines artísticos. Hay como una impronta: querer comunicar, expresarse, revelarse, y por otro lado volverlo algo artístico.
La Llave al híbrido
“Cuando conocí La Llave –te lo cuento y me emociono un poco– entré y vi murales, todo pintado, un anfiteatro de neumáticos, no lo podía creer. Empecé a caminar por esos pasillos y dije “yo quiero trabajar acá”. Había talleres de todo un poco, y todo gratis. El sueño del pibe, para mí. ¿Qué es lo que tendría que pasar, en cualquier lugar? Uno se tendría que formar y el Estado le tendría que pagar a los laburantes y la gente se tendría que formar gratis. Armé mi CV y fui. Fue muy gracioso, entré y le dije a la chica del mostrador, “hola, qué tal, yo quiero trabajar acá”. En definitiva, concursé y entré. Me encanta porque me parece que tiene una hibridez muy barilochense: tenés gente de los barrios, de los kilómetros, de Dina Huapi. También lo que está pasando es que ahora los barrios se han replegado un poco. El alrededor de la Llave no está yendo tanto como antes.
A mí me interesa que esa cuestión social se vuelva estética también, se vuelva creativa. Yo no voy a contener a nadie. No me pagan el sueldo para eso. No quiero que se transforme solamente en una contención. Porque si no tapamos un bache. Por eso me gusta tanto ese espacio.”
– ¿Cuándo se formó BACO?
-BACO tiene dos grandes instancias. Una es la de Paula Tabachnik y yo: empezamos a pensar un grupo, una compañía. Necesitábamos espacio, necesitábamos entrenar, tener en claro sobre qué íbamos a investigar, qué líneas, si eran combinables o no, si eran complementarias o no. Y sobre todo si iba a ser más horizontal o vertical. Nos llevó tiempo esa discusión. Un día le dimos forma e hicimos una convocatoria cerrada de gente que nos parecía que podía entender la lógica del laburo y el desafío. Es una inversión de su tiempo y de su dinero y no recibe un sueldo; lo hace cuando cobra un subsidio o después de una función. Eso implica un compromiso muy alto. Además nosotras somos muy exigentes con ese compromiso. Es nuestro trabajo, es nuestro oficio. Es artesanal.
– ¿En qué medida influyó tu condición de “recién llegada” a la hora de escribir Crónicas, una obra con una fuerte impronta local?
-Yo busqué que fuera patagónica en la referencia del espectador. El que está conectado a la realidad patagónica y barilochense reconoce los casos que Crónicas revela. Igual es sutil. No hay nombres directos. Pero por el otro lado es universal: si yo la saco del contexto de Bariloche y la pongo –siempre doy el mismo ejemplo– en Salta, en el otro extremo del país, funciona igual. Porque son cosas que en esos lugares también suceden. Me ocupé de que esas dos cuestiones convivieran; sabía que la iba a querer sacar de gira. La particularidad es que el barilochense identifica los casos.
– ¿A qué te referís cuando hablás de un “universo patagónico”?
-Hoy estoy haciendo una maestría en Dirección, en Tandil, y uno de mis profesores, Jorge Dubatti, nos dijo “ustedes tienen que hablar de su propio lugar, de su propia cartografía; tienen que revelar artísticamente eso” Y él puso en palabras algo que yo venía pensando y sintiendo. Entonces dije: esto es de lo que quiero hablar.
Pero, ¿hacer qué? Yo llegué acá, soy patagónica, cipoleña, pero no soy barilochense, y el barilochense en el cotidiano te lo hace sentir. Lo primero que te preguntan es de dónde sos. Eso de ser y no ser me puso en un lugar cómodo para poder observar. Me empecé a preguntar a mí misma, ¿qué es lo de Bariloche que me llama la atención? Que es un lugar extremadamente hermoso; no hay persona que no venga acá que no delire con la belleza que tiene. Por otro lado, una sociedad del lugar bastante fría y bastante cerrada, donde vos tenés que darle tu confianza para que se abra a vos. Y me llamaba mucho la atención esto de laburar en el alto y ver esos rostros, esa forma de taparse, de mostrarse. Esa identidad que acá en el centro es otra cosa. Empecé a ver documentales sobre los nazis, sobre los mapuches. Y ahí dije: todo esto convive en un escudo que pareciera armónico en esta sociedad.
Entonces me interesó la estética de lo siniestro, dentro de lo artístico. Se lo dije al grupo y le pedí que me trajeran temas de Bariloche, artículos. Para hablar de lo cartográfico, tomar casos que son de acá y de los que no estamos muy acostumbrados a hablar desde un lugar estético, revelándolos como tal. Entonces me pareció absolutamente siniestro que el dueño de un supermercado, que empezó de cero, de abajo, absolutamente amable y simpático, que la comunidad tiene esa imagen del tano laburante, que en una conversación en la calle es ameno, tiene esa máscara y después… Yo pienso que todavía somos una sociedad que tapa esas cosas, ¿no?
-La primera escena de Crónicas, una pelea entre dos varones, condensa muy bien la idea de una violencia socialmente aceptada mientras que en el resto de la obra se ve la violencia socialmente solapada, en particular la violencia hacia las mujeres, en donde hay una complicidad en el silencio, tanto de hombres como de mujeres
-Cada una de las cosas que se ve en Crónicas son artículos de los diarios, de ahí el título. Esa pelea es una reminiscencia al CEM 20, al caso de Isaías. Me impactó mucho. Dos compañeros que a la salida del colegio se pelean. Acuerdan la pelea. Los demás la arengan y sólo reaccionan cuando ven la sangre en el piso. Hasta que no hubo sangre era riña, riña, riña. Cuando hay sangre se asustan, llaman a la ambulancia y ahí el pibe ya estaba muerto. Aparte, ¡son los pibes! Son los que nos van a reemplazar a nosotros. Ya están jodidos, con el perdón de la expresión. Y eso me impactó. Me hizo acordar a Aniceto, de Favio, a la riña de gallos. Lo empecé a laburar desde ahí. Por eso la pelota que respira. Es la misma sociedad que te paga los impuestos, te paga la jubilación, va de traje y corbata a laburar pero un segundo antes estuvo participando de esa violencia y no le pasó nada. Siguió su vida igual. Eso me impacta.
Yo sabía que alguien podía venir a verlo y le iba a ser incómodo. Mucha gente cuando la vio las primeras veces me dijo “por fin alguien que se anima a hablar de estos temas con crudeza y sin temor” Yo creo que eso se debe a dos cosas, primero porque tengo una formación ideológica muy fuerte en tanto que si sé algo no puedo dejarlo pasar; si tengo la posibilidad de revelarlo en un hecho artístico, lo voy a revelar. Y otro poco esta inconsciencia de alguien que está recién llegada. Hubo gente que leyó el proyecto y me sugirió no hacerlo, haciéndome entender que podría tener problemas, así de corta. Y cuando eso pasó, más decidí hacerlo.
– ¿Y tuviste problemas?
-No. Primero, creo que hay una necesidad, y segundo que a la persona a la que le podría llegar a molestar o incomodar no es la que viene a ver este tipo de teatro.
-Y ahora se viene Hamlet con BACO
-Sí. La dirige Paula Tabachnik, quien en Crónicas actúa. Más o menos lo que tenemos pensado para el grupo es que por cada proyecto nos turnemos entre ella y yo. Por ahora es así. Ella tenía una obra para dirigir y me dijo “yo siempre quise hacer Hamlet”. A ella le interesaba esta cuestión identitaria del ser y le parecía que Hamlet revelaba eso. Está haciendo su propia apuesta vinculada también a algo patagónico, no tan marcado como Crónicas pero sí a algo regional, contemporáneo. Es una estética absolutamente contemporánea.
Alguien le preguntó a ella qué se sentía hacer Hamlet después de haber hecho Crónicas. Yo siempre contesto que son dos procesos distintos, son dos materias grises distintas. Y está bien, porque si fuéramos las dos iguales sería aburrido. Para mí es un desafío, un camino distinto. También fue muy lindo pasar a ser compañera de mis compañeros, cuando antes fui su jefa en la dirección. Ahora somos todos pares.
Hamlet se estrena este viernes 30 de junio en la Biblioteca Sarmiento y tiene una segunda función el viernes 7 de julio.
Por Melissa Rep
Equipo de Comunicación Popular Colectivo al Margen