Santiago Brunetto/El Furgón – Andrés Ciro Martínez dijo que quien robó su casa debió haber sido una mujer porque se llevaron una plancha. Gustavo Cordera dijo hace unos meses que a veces las mujeres necesitan ser violadas. Estas expresiones de personajes del rock nacional despiertan gran polémica en la agenda de los grandes medios, y ésta suele ser finalizada cuando algún conductor o conductora dice algo así como: “Al fin y al cabo esto es una expresión de lo que está ocurriendo socialmente, ¿no?”. Y ahí es cuando todos los que creemos que la cuestión merece una discusión profunda nos quedamos sentados frente a la TV esperando a que se esboce algún tipo de análisis acerca de qué es eso que “está ocurriendo socialmente”. Pero entonces Mariana Fabbiani o Beto Casella lanzan un PNT y luego de eso viene la tanda, y en la tanda vemos a una mujer que no sabe qué hacer con la mancha que su marido dejó en la alfombra, pero que afortunadamente goza de la existencia de Mr. Músculo.
Eso “que está ocurriendo socialmente”, supongo, es que la sociedad se está empezando a replantear ciertos privilegios de género y entonces algunas expresiones machistas (no todas) quedan expuestas por su carácter reaccionario. Recordemos que en el año 1997, Ciro Pertusi, por entonces líder de un Attaque 77 en plena fama, declaró, por ejemplo, que le atraían sexualmente las nenas de siete años al ser preguntado por la letra del tema “Páginas pegadas” (fuente http://attaque77.galeon.com/irrokuptibles.htm). Y nadie se aterró en ese entonces, claro, porque era lo normal. Ahora, hace unos meses, la entrevista volvió a la luz y fue totalmente condenada.
Sucede que empieza a secarse el riachuelo y aparecen en la superficie los residuos que estaban anclados. Así como lo haríamos con él y su capa de agua que esconde años y años de basura industrial, el desafío es preguntarse por las razones políticas y económicas que posibilitaron que en la cultura del rock se haya conformado históricamente esa capa aurática de santidad que cubre a los rockeros, que parece limpia pero que esconde años y años de dominación machista.
Quedarse con las expresiones que empiezan a asomarse (las declaraciones de Andrés Ciro o las de Cordera, o la cantidad de casos de violación que comienzan a salir a la luz, como el caso de Christian Aldana o el del ignoto cantante Miguel del Pópolo de la ignota banda “La ola que quería ser chau”), en última instancia, no es más que quedarse con la punta de un iceberg que es la estructura económica e ideológica patriarcal del rock nacional. Y ese es, justamente, un movimiento muy peligroso que vemos erigirse a lo largo de toda la agenda mediática. Recluir la cuestión de género sólo a los femicidios o recluirla, en el ámbito del rock, sólo a las declaraciones de un cantante sobre la violación, es un desplazamiento estratégicamente funcional a la estructura de propiedad capitalista-patriarcal: aquí no hay lugar alguno para el cuestionamiento de los privilegios económicos que un hombre posee, en cualquier ámbito social, por el simple hecho de haber nacido hombre. El único planteo que debe hacerse parece ser el de no matar o violar mujeres.
Entonces, abocándonos al ámbito del rock, habría que intentar analizar cómo es que esa estructura económica capitalista-patriarcal se ha ido conformando a lo largo de los cincuenta años de vida del movimiento. Pero claro, eso significaría llegar a la conclusión de que esos cincuenta años no han sido más que la dominancia arbitraria del macho y la reclusión de la mujer al simple lugar de la corista que sólo hace lo que le dicen cual empleado/a de limpieza ante el patrón/a (“usted limpie aquí, aquí y aquí”, “usted cante aquí, aquí y aquí”).
¿Por qué hago un paralelo con la relación empleado/a-patrón/a? Porque seguramente aquí saltarán las voces tan ocurrentes que no se cansan de decir frases políticamente correctas, y carentes de cualquier tipo de cuestionamiento de privilegios económicos, como: “el machismo es cultural” o “hay que empezar a cambiar la forma de pensar”, como si la cosa se solucionara el día que los hombres mágicamente se despierten con menos ganas de matar mujeres. Claro, obvio, el machismo es cultural, todo lo es (por lo menos en el punto en el que los humanos no somos perros). Pero si entendemos que las formaciones culturales no pueden ser comprendidas en su totalidad sin tener en cuenta los modos en que son condicionadas por la estructura de producción de la sociedad en su conjunto, entenderemos que en la conformación de la ideología machista-femicida algo tendrá que ver el modo histórico de división social del trabajo y que, por ende, hay que empezar a pensarla (o volver a pensarla) desde sus raíces materiales, bajándolas, por lo menos en el terreno analítico y en primera instancia, del reino de las ideas.
La ideología machista que identifica a la totalidad de la formación cultural “rock nacional”, desde sus inicios hasta la fecha, no puede ser entendida sin comprender primero el modo en que las labores han sido históricamente divididas en su estructura básica. Como ya conocemos, el modo en que el capital y su lógica mercantil ha determinado la gran mayoría de las expresiones históricas del rock nacional (fenómeno que cada vez se profundiza más), en torno a las grandes discográficas, a los festivales, a la figura del manager, etc., en fin, en torno a la industria cultural y la propiedad privada de la producción y distribución de contenidos, creo que lo que toca oportunamente es un análisis del modo en que la estructura patriarcal (que por supuesto no puede ser entendida sin su contacto con la estructura capitalista) se ha ido conformando desde los inicios del rock. De la estructura patriarcal en términos básicamente económicos, porque para entender a la cultura patriarcal hay que comprender primero a la división económica patriarcal.
Dice Marx allá por 1845 en La Ideología alemana: “…la distribución desigual, tanto cuantitativa como cualitativa, del trabajo y de sus productos, es decir, la propiedad, tiene un primer germen, una forma inicial, contenido ya en la familia, donde la mujer y los hijos son los esclavos del marido”. Y un poco más atrás dice, acerca de la primera forma histórica de propiedad que es la “tribu”, que en ella “la organización social se reduce a una ampliación de la organización familiar: a la cabeza de la tribu se hallan los patriarcas, por debajo de ellos los miembros de la tribu y en el lugar más bajo de todos, los esclavos”.
La mujer, en esta forma primitiva de la organización social productiva, es primero esclava en la familia y luego en la tribu. ¿Esclava en términos “culturales”, “ideológicos”? Seguramente, pero esclava primero en términos económicos. ¿Qué es una división social del trabajo? Es el modo en que la sociedad se organiza, divide sus tareas para la producción de los medios de vida. En la estructura de la tribu, el hombre, en la figura del patriarca, es el que se encarga de las labores “intelectuales” de organización de la tribu, mientras la mujer, en la figura de esclava, realiza labores físicas de producción, es decir, trabaja para él para asegurar que su vida sea reproducida. Como cada transformación de los modos productivos trae un nuevo desarrollo en la división del trabajo, la llegada del capital (otras formas lo han hecho antes en realidad) ha modificado enteramente a la división del trabajo patriarcal, lo cual no implica para nada que grandes resabios de ella se encuentren todavía al interior de la estructura capitalista.
Y así llegamos a la estructura del rock nacional, que se cierne en torno al modo de producción capitalista y su lógica mercantil, pero que no por eso deja de poseer rasgos patriarcales: está claro, las mujeres no son esclavas; está claro, son asalariadas; está claro, algunas hasta presiden empresas y está claro, alguna en todo el mundo debe ser dueña de una empresa productora de rock; pero en todo caso, esto último no sería más que una excepción en la regla que marca que los cincuenta años de historia del movimiento musical han sido erigidos en torno a una división patriarcal del trabajo y el ejemplo de la corista no es más que una muestra de ello: el patriarca compone, poetiza, ejercita su intelecto para organizar a los instrumentistas; la corista utiliza su fuerza de trabajo vocal, sin ningún espacio creativo alguno, en función de lo que el patriarca ordena con el sólo objetivo de mantener su vida dentro del ámbito del rock nacional; el patriarca tiene la potestad de desecharla si no le es funcional a su diagramación intelectual; en términos primitivamente foucaultianos: ostenta el derecho de muerte musical de la corista. Y esto se empalma perfectamente con la estructura capitalista del rock, porque la mujer se transforma en mano de obra barata, fácilmente maleable y hasta reemplazable, de la producción de la mercancía musical.
Pero además, y más importante aún, toda la lógica mercantil-publicitaria básica del rock se erige en torno al alago a la virilidad masculina de los grandes compositores-poetas. Y aquí es donde el espectro se amplía, porque ya no se trata nada más de una división laboral en el seno de los conjuntos musicales, sino que ésta se expande abarcando todo lo que es el “rock nacional”: bandas, discográficas, productoras, medios de comunicación, políticas públicas culturales y, sobre todo, fans. Dice la banda rosarina (de hombres, claro) Cielo Razzo: “Todos somos fan de alguien más, todos somos de cristal”. Deformemos la frase: todos somos groupies de alguien más. La estructura ideológica-publicitaria toda del rock nacional está estructurada con base a la lógica de la división laboral groupie: la mujer sin talento que se rinde sexualmente ante el genio musical masculino. Y aquí hay un detalle importante, porque groupie es mujer. Existe la groupie, no el groupie (obviamente porque casi no existen rockstar mujeres), sin embargo, todos nos reunimos en un recital y nos excitamos alabando ese algo que es la demostración escénica masculina de la potencia intelectual compositiva-poética. Todos/as: hombres, mujeres, niños, niñas, jóvenes, jubilados, jubiladas, adolescentes, allí, abajo del escenario, somos de cristal ante la intelectualidad masculina.
¿Por qué todo esto es importante? Porque permite ver dos cosas. En primera instancia que la lógica patriarcal se sitúa por debajo de todo el “rock nacional”: es su base y no su resultado, es su condición de existencia y no su producto. Si Gustavo Cordera piensa que las mujeres necesitan ser violadas es porque la realidad material en la que ha vivido sus treinta años como músico le fue dada ya con la mujer en condición material de dominación ante el hombre. ¿Por qué habría de esperarse entonces que no tenga estas ideas? ¿Por qué su ideología no sería patriarcal, si su pensamiento entero fue conformado en torno a la estructura económica patriarcal? ¿Esto quiere decir que entonces nadie puede salirse ideológicamente del lugar en que es depositado materialmente? Claro que no, y este es el segundo punto importante acerca de cómo se conforma la ideología machista en el rock nacional. Hay una división de labores, siguiendo el anterior ejemplo: en el escenario el conjunto realiza la labor intelectual de la música viril; debajo, las y los fans realizan la labor física del pogo excitado. ¿Y qué pasaría si en el escenario hubiera mujeres y debajo hombres? ¿Inmediatamente la ideología machista desaparecería? ¿Simplemente es cuestión de cambiar los roles? ¿No es eso efectivamente lo que sucede con Eruca Sativa, por ejemplo? ¿No tienen los recitales de Eruca Sativa el mismo formato que todos? ¿No se las alaba a ellas por su fuerza, su “power”? ¿En el fondo no se las alaba porque “parecen hombres” tocando? Si esto es así entonces no sería más que la demostración de que una ideología, luego de erigirse sobre la base de la división del trabajo, circula por la sociedad sin importar si quien la porta tiene pene o vagina y que, por ende, no es potestad exclusiva de nadie. Y entonces, en este mismo punto, aquí donde digo que un recital de Eruca Sativa puede reproducir la lógica machista al igual que un recital de una banda de hombres, aquí donde digo que la ideología no es potestad de nadie, debo decir que también ella puede erigirse en su propia contra y volverse sobre el machismo. ¿Al fin y al cabo qué es la ideología reproductora de las condiciones si no es modificación? Modificación constante y cotidiana enmarcada en una lógica que la limita y que, por ende, no puede ser más que modificación reproductora. Sin embargo, por la naturaleza de modificación de la ideología, ¿por qué no podría transformarse en (¿por qué no podríamos llevarla a que sea?) modificación destructora? ¿Por qué no podríamos romper los límites de la lógica y encausarla en otro sentido?
Entonces lo que se nos plantea es la necesidad de una reestructuración del rock nacional no sólo a nivel cultural sino primariamente en la división de las labores. Porque lo que vemos de aquellos que dicen que “el machismo es cultural” es un esfuerzo por “invitar” a mujeres a tocar, “invitar” a la grabación de sus discos, a cantar en recitales, etc., porque “todos deben tener las mismas oportunidades”. Claro, sin entender que el problema es que materialmente no las tienen, lo que hace que el “invitar” a las mujeres a participar del rock nacional no sea más que la asunción (revestida cínica e hipócritamente) de la posición de dominación del hombre sobre la mujer. Es burguesía a la mesa invitando al proletariado a comer las sobras de su banquete.
Quien entiende un poco de música sabe que Eruca Sativa produce contenido musical setenta veces más elevado que el producido por el 95 por ciento (o más) de las bandas masculinas del rock nacional, y a ellas (por lo menos en principio) nadie las ha invitado a las sobras del banquete. Pero para que su fenómeno pueda expandirse profundamente, para que no quede sólo en una experiencia aislada expuesta a ser absorbida en la lógica patriarcal, habrá que pensar en romper las patas de la mesa establecida, comenzar a pensar en otro modo de producción y consumo musical.