En esta charla, Claudia Acuña, fundadora de la cooperativa Lavaca, referente de los medios sociales de comunicación, analiza la época: Macri y Trump; el rol del periodismo autogestivo; la diferencia entre ejercerlo en Buenos Aires o el interior; los movimientos sociales. Una mirada potente y necesaria para pensar y actuar.
Febrero se extingue en el almanaque y en la Ciudad de Buenos Aires llueve torrencialmente. Apenas pasaron unos minutos de las cinco y media de la tarde, pero el cielo se puso intensamente negro, como si alguien hubiese tapado su claridad con un telón.
Ella viene atravesando la tormenta debajo de un paraguas grandote que la protege y la cubre. Parece una superheroína que sortea las tempestades. La imagen es, en buena medida, una metáfora de su vida: Claudia Acuña surca las inclemencias, así: a paso firme.
Sus poderes mágicos no son el paraguas ni la capa que la cubre. Son otros y son terrenales, aunque no todos puedan ponerlos en práctica: la lucidez, la frontalidad, la creatividad y la capacidad de laburo conviven dentro suyo y sostienen lo más importante de todo: una ética.
Una manera de actuar.
Es socia y fundadora de la cooperativa Lavaca, que entre otros menesteres –programas de radios que reproducen una centena de medios, dictado de seminarios en el local propio del barrio de Congreso, y un largo etcétera– edita el periódico MU, uno de los medios autogestivos que intenta pensar la época.
Sus palabras también son una tormenta: te mojan, te despeinan, te sacuden. Cuando las pronuncia, pone en funcionamiento un sistema de libre pensamiento que relaciona distintas variables para arribar a una conclusión determinada. Pero eso será en unos minutos, cuando lo que diga se mezcle con el café con leche que bebe a sorbetones, y la luz roja del grabador diga “On”.
Acuña y otros tres colegas fundaron Lavaca en diciembre de 2001. No hace falta agregar ninguna referencia más cuando se menciona esa fecha. Hartos de trabajar en los medios comerciales en los que el periodismo era cada vez más una excepción y no una regla, hicieron una vaquita de recursos (no sólo económicos), lo que le terminó dándoles el nombre. El espíritu se lo estaba dictando la época, que estaba pariendo y visibilizando una era de medios sociales y cooperativas, entre otros proyectos autogestivos. Escribieron una crónica sobre las históricas jornadas de diciembre de 2001 que mandaron, por mail, a sus contactos y que hoy está en libros de textos antológicos del periodismo vernáculo. Ahí mismo aprendieron dos cosas: que no hace falta trabajar en un medio tradicional para ser periodista y que había otros –cientos y cientos: los lectores– que también estaban dispuestos a salvar al periodismo.
Así empezaron: con lo que tenían.
Deseo.
Entusiasmo.
Preguntas.
Experiencia.
Contactos de mails.
Ganas de ejercer el oficio.
El nacimiento de la Vaca
Antes de saltar a lo que muchos le decían “el vacío”, pero ella sabía que no era tal, Claudia ocupaba un lugar privilegiado en los medios sistémicos: había sido editora de la sección Cultura del diario La Razón (dirigido por Jacobo Timerman); editora general de la sección Cultura y Espectáculos de Página/12 y de la revista dominical Viva, de Clarín; directora de la revista Trespuntos, además de redactora de artículos de investigación en las revistas Rolling Stones (edición Latinoamericana) y Gatopardo (Colombia), y docente en diferentes universidades y escuelas de periodismo. Sus pergaminos hablaban por ella: fue la primera mujer en obtener el Premio Rey de España, en periodismo gráfico, y en 2011 la beca Guggenheim por investigar la prostitución en nuestro país.
Con trabajo y los años Lavaca fue creciendo y pariendo nuevos proyectos. De la cadena de mail pasaron a una agencia de noticias online, que luego, profundizaba los temas en un periódico impreso mensual.
Es imposible enumerar la cantidad de cuestiones que Lavaca impulsó y sostuvo desde entonces, pero entre ellas vale mencionar la creación de la Asociación de Revistas Culturales Independientes (AReCIA), que la cooperativa convocó y fundó y que agrupa a más de 300 revistas culturales de todo el país, entre ellas Al Margen. La unión visibilizó y potenció al sector, que brega por la sanción de una ley de fomento para las publicaciones autogestivas.
Ahora sí el café con leche bebe sus labios y ella se larga a hablar. Lo que sigue son casi dos horas de preguntas y respuestas, cuya síntesis se publica a continuación.
-¿Cuáles son los principales rasgos de la época en los dos polos: el del Poder, y en la construcción que se teje abajo, en los márgenes?
–Lo que estoy notando es la debilidad del poder: para ponerlo en un lugar que lo podamos visualizar, para mí (Donald) Trump es un síntoma de debilidad del poder porque directamente es una forma saqueadora. Y también vemos a los Inútiles acá (así denomina al gobierno) y cuán ineficientes son en lo más burdo. Una de nuestras compañeras, cuando hablábamos del gobierno de los CEOs, decía que le parecían más RR.PP. de un boliche de Pinamar, y realmente son tarjeteros de Pinamar. Si no fuera la empresa del padre, Macri no conseguiría trabajo en ningún lado. Estamos ante las formas más brutales del capitalismo, a las que recurre en el fin de una etapa.
Por otro lado, veo mucha solidez en el tejido social porque hubo unos años que permitieron probar qué hacer y ahora vemos lo que quedó. Evidentemente, todo lo que vivió de la caja del Estado, murió. Milagro Sala y la Tupac Amaru es el principal ejemplo. No es una discusión para dar ahora con Milagro Sala presa: mientras siga así, lo único que podemos decir es que la liberen y nada más. Con alguien que esté preso, y de la manera que fue encarcelada, no hay otra discusión posible. Cierro la discusión pública sobre este tema, pero es cierto que la total dependencia de la caja del Estado no ha dejado construcciones políticas fuertes. Me llama la atención que aquellos que formaban parte del gobierno anterior no hayan podido ni siquiera sospechar que un día se iba a terminar. No hubo sentido de supervivencia. Es importante pensar, entonces, que el día 1 que alguien agarra un puesto de poder, ya sea porque lo manda la organización o a título personal, tiene que estar pensando cómo va a ser la salida. Contar con todos los beneficios del Estado no ha construido organizaciones políticas más fuertes, sino más dependientes del Estado.
Yo lo vi con la UTD (Unión de Trabajadores Desocupados) en Mosconi, Salta. La UTD fue la primera organización que pidió planes sociales, cuando comenzaron los piquetes en el país. José Pepino Fernández, su referente, es de pocas palabras y por eso para él vale lo que ves. Me llevó a recorrer las 110 huertas de la organización, todas de la misma extensión (una hectárea). En cada una tienen de todo para comer. Con agroecología, porque rinde más, plantaron de todo y tienen chanchos, gallinas y cabras. Pepino me dijo: “Nunca más nos van arreglar con un bolsón de comida”. A partir de ahí yo pregunto “cuál es tu bolsón de comida”. ¿Cuándo, como organización social, te sentiste humillado por el hambre? Los medios no tuvimos que salir en ese grado de que te doliera el estómago por hambre, pero siempre hay un grado en el que hiciste algo que no querías hacer, humillándote por conseguir el recurso vital para tu organización. Si en 12 años lograste que eso no suceda, diste un paso y si no, tenés que cuestionarte qué hiciste.
–¿Cómo se alcanza eso?
–No lo sé. Pero no saberlo no implica no poder hacer un inventario de “por acá, no”, “por acá, no”. Estamos arriba del ring, la estamos peleando. Tenemos que conseguir más solidez y cuestionarnos eso: en qué parte la inyección de algunos proyectos hubiesen hecho impacto sobre el piso de la organización para pararse de una manera en la que no se negocie tu dignidad. Luego, viene el paso dos: darse cuenta las escalas. Es increíble cómo han destrozado las organizaciones sociales. No sé cuándo empezó, pero sí que no para. Son tremendas las escalas de destrozo a la organización social. Ahí hay un gran tejido que se ha politizado y lo hará más, porque las crisis prueban eso. Hay organizaciones sociales que estuvieron dedicadas a su territorio, mirando hacia abajo y no quiere decir que estén débiles sino que dieron un paso político territorial. En La Matanza el tejido no es débil, en Rosario, con los chicos de Ciudad Nueva, no es débil y han enfrentado negocios narcos. La UTD no es débil, la economía popular, ídem. El Hormiguero, La Garganta, el MTD La Dignidad: no veo debilidad ahí. Sí veo tensiones policiales y se agrega lo que para mí es este gobierno: es un gran lavador de dinero narco.
–Frente a esta cartografía, ¿cuál es el campo de acción de los medios autogestivos?
–Todo. A la niebla, visibilidad. ¿Qué tenemos que mirar? La complejidad. Hay que formarse, los lectores están por encima nuestro en formación y además son los que te ubican en la realidad. Yo veo mucho consignismo, mucho aparato en los medios, y poca vocación: no hay nadie investigando como hacía Rodolfo Walsh, por ejemplo. No hay periodismo de investigación, hay periodismo de consigna, y me incluyo. Nos cuesta, enseguida vamos corriendo detrás de otro tema, necesitás tiempo… Ojo, Walsh iba en colectivo al basural, pero nosotros tenemos 500 basurales. Entonces, ¿qué necesitamos? Que cada medio que se llame social agarre su Operación Masacre: que la investigue como nadie la va a investigar. Perdimos ese orgullo de que se descubra la verdad, como si lo nuestro fuese la filtración. ¿Por qué no podemos saber qué pasó si hay gente que va a hablar con nosotros como no va a hablar con nadie? Si vamos al barrio y saben quiénes somos, ¿cómo no nos va a contar? El caso Arruga lo terminó resolviendo la hermana. Ningún periodista fue a mirar el expediente y en la cuarta hoja estaba la foto de Luciano. Hay declaraciones, movilizaciones, arte: me pinto la cara, me saco el corpiño, pero no hay periodismo. Tenemos que buscar las fuentes, formarnos, formarnos, formarnos, entrenarnos, entrenarnos. Y eso cuesta porque no tiene ningún prestigio. Recibís más aplausos, tenés menos problemas y hasta quizás recibís más plata si publicás cualquier otra cosa. Nosotros este año hicimos un gran mes de reuniones, de discusiones sobre qué queremos ser y cada día queremos ser menos periodistas y más otra cosa porque no encontramos ahí una conexión que nos inspire. No es inspirador. Es más inspirador ser bailarín, que todos los días tiene que entrenar su cuerpo. Bueno, para ser periodista tenés que entrenar: tengo que leer, formarme. Eso hoy no existe: el periodismo se ejerce por inercia. Y hay que entrenar todos los días, no una vez. Todos los días, una hora por lo menos.
cómo se sostienen los medios autogestivos
–¿En qué difiere ser un medio autogestivo en el interior y en Buenos Aires?
–Hay muchas diferencias pero son todas a favor de ellos. No me puedo poner desde acá a dar cátedra porque esos medios del interior saben más que yo al respecto porque están ahí, pero una de las ventajas es tener territorio: Buenos Aires es el reino del narco bunker y en algún punto te impregna. Nosotros tenemos que estar todo el tiempo evaluando entre tener más marca que producción, más marketing.
A nosotros nos ayudó mucho el tema del trabajo del cuerpo: yo estoy siguiendo el trabajo físico. Estoy asistiendo, miro, y veo las indicaciones de gente de muy alto nivel de entrenamiento teatral y danza corporal, gente que trabaja un montón y ha leído todo como Juan Onofri o Diego Mauriño, que tienen un compromiso impresionante. Diego tiene una frase: “Siempre antes de hacer algo hay que pensar qué le hago al piso, qué le hago al aire, qué le hago al tiempo”. Me pareció muy bella, a punto tal que la quiero hacer remera. Si me ponés en términos de un medio como Al Margen, al piso ya le hacés algo si estás en Bariloche; acá estoy en una cueva de Congreso, ¿qué le hago al piso? Basura. Al aire: quizás el tema de la distancia en la Patagonia pueda afectar, pero se le puede hacer mucho con internet: aconsejaría una combinación de lo híper territorial con lo híper global. En el medio, nada. Le daría mucha bola siendo muy local, porque si no, no te distinguís y lo peor es ser generalista. Para mí, hoy no se puede pensar periodismo sin un programador: en todo proyecto tiene que haberlo porque hay que desprogramar el capitalismo. Este sistema funciona por algoritmo, por números. Hay que tener un programador que juegue para vos. Este tiempo necesita pensarse en claves mixtas de robot y de humanos. ¿Y qué le hacemos al tiempo? Imponer una agenda, mirar la época: qué necesita, dónde me tengo que parar. Estar en capital es estar sin territorio y eso es un problema.
–¿Cómo es el proceso de producción de cada número de Mu?
–Todos los años se discute. En éste, organizamos ministerios. Nombramos “ministros” en lugar de coordinadores: creamos la República de Mu. Está el Ministerio de Pesca, que implica salir a buscar recursos a donde sea; el de Comunicación, que es el más importante; el de Creatividad, el de Producción, el de Planificación. La idea es descentralizar. Lo más difícil es que todo el mundo tenga una visión conjunta y que se dedique a algo específico. Los procesos son muy autónomos según sea el formato. Web y Redes, que es otro espacio, es muy difícil y nos ha llevado formarnos mucho para no laburar para las redes: fue muy conflictivo. Tenemos una generación que con salir en las redes y que te den “Me Gusta” se queda conforme. Esa cosa de decir “tuvo mucho rebote porque nos dieron 24 ‘Me Gusta’”. Eso no le hace nada al piso, ni al aire, ni al tiempo. Por otro lado, la producción de la revista es central porque nos da de comer. Entonces eso hay que verlo muy bien, sobre todo qué no se hace: tenés que cuidar el material, no destrozarlo para que entre, valorarlo, saber que esa revista mañana va a ser leída por un maestro que la lleva al colegio para estudiar el tema, que de pronto aparece una nota en el expediente que declaró a Guaminí, provincia de Buenos Aires, como “Municipio Agroecológico”. Es decir, que estás construyendo cosas que no son para Buenos Aires: nuestra cabeza está mucho más en los bordes que en el centro. Eso implica todo el laburo de la distribución. Lo solucionamos subiendo cada número a la web, pero de pronto te encontrás con muchos problemas que son de orden metalúrgico, concretos. Y tenés que darle soluciones de producción. Yo me estoy tratando de correr cada vez más del rol de edición y formando la nueva generación, que este año va a asumir muchas más responsabilidades, y nosotros nos replegamos, aunque todavía estamos más en un rol de entrenadores.
–¿Cómo surgió la idea de formar AReCIA y qué implicó?
–Fue clave para decir “acá hay un valor” y apostar a eso. La academia, el gobierno y los propios medios, decían que no era viable pensar un medio sin pauta oficial. Y entonces dijimos “¡¡Hola!!”. Era como una negación y un ninguneo. Nuestra primera idea fue visibilizar. Eso nos protegió porque inmediatamente que sos conocido, es viable. Nunca se nos tomó en serio, pero conseguimos cosas como la rebaja de IVA para las revistas independientes. Fuimos visibilizados por cátedras, se tejió algo que parimos el año pasado: el Consorcio de Periodismo de Investigación Autogestivo, coordinado por MU, Tiempo Argentino y la Red de Carreras de Comunicación Social y Periodismo de Argentina (REDCOM), y que analizó los Panamá Papers. Fue el reconocimiento de lo autogestivo en lo universitario y se hizo por abajo. En ese vínculo todos ganamos y se elaboró teoría propia porque había que pensar qué es el periodismo de investigación, su diferencia con el periodismo de filtración, actualizar doctrina: la verdad que fue muy rico laburarlo en forma conjunta y en un rol muy digno, con profesores y estudiantes. Por otro lado, el fortalecimiento de saber que somos 300 medios: ahí la conversación es distinta. Esta paliza económica que está aguantando la sociedad es un momento en el que te dan latigazos y con eso tenés que salir a hacer cosas. Pero hay una memoria de resistencia que nos encontró mejor parados. Estar juntos, no estar con cualquiera, no pelear por cualquier cosa, no hacer de la pauta oficial el único eje, pero tampoco dejarla de lado, son algunas de las cuestiones importantes. Y todo eso depende del grado de construcción que hayamos alcanzado al momento del desafío. Por suerte, nos encontró maduros. Si logramos algo, en un gobierno tan poco afín a discutir con medios chicos es porque ya éramos grandes.
Por Luis Zarranz desde Buenos Aires
Equipo de Comunicación Popular Colectivo al Margen