Cuando el miedo nubla la vista, retumba en los crujidos, sobresalta en el teléfono, intimida en los saludos, se vuelve cómplice de la oscuridad. No da tiempo de nada. Paraliza. Silencia. Humilla.
María del Carmen de la Cruz no lo permitió. Se movió. Lo advirtió. Lo denuncio con sus amigas. Junto aire y explicitó: Tengo miedo de él.
Él, que sintió celos porque no pudo tenerla.
Él, que sintió la potestad de calificarla de promiscua.
Él, que aprovechó el momento para entrar a la casa.
Él, que decidió golpearla con sus manos hasta dejarla con hemorragias.
Él, que con esas mismas manos apretó de su cuello hasta dejarla sin vida.
Él, que sabiéndose muy hombre llamo a la policía.
Él, que desde el portón de la casa les indico donde estaba el cuerpo de María.
Él, que se llama Hernán Cortes y sostiene la mirada cuando declara: la mate porque no era mía.
María del Carmen lo advirtió. Lo denuncio con sus amigas.
Lo explicitó: Tengo miedo de él.
Ayer, la lectura de la sentencia fue una trompada en el centro del pecho. La justicia no considera el asesinato y tortura de María del Carmen como un femicidio. Porque esto implicaría para su asesino una cadena perpetua y que las putas y locas salgamos a marchar.
Ayer muchas de nosotras no dormimos. No comimos. No disfrutamos el cuento de las buenas noches. No saboreamos el vino entre amigas. No leímos el capítulo que seguía.
Porque nos falta el aire del cuello apretado, nos duele la panza de las patadas, nos arden las tetas de las miradas.
Nos desvelamos. Para estar atentas. Para escuchar a nuestras mujeres. Para cuidarnos y protegernos.
Porque nuevamente la justicia demostró estar del lado de quienes sienten tienen la potestad de matarnos por el hecho de que seamos mujeres.
Asesinos y cómplices duerma si quieren.
Pero sepan que nosotras ya despertamos.
Por Mariel Bleger
Equipo de Comunicación Popular Colectivo Al Margen