En la Ciudad de Buenos Aires 250.000 voces se manifestaron contra la cultura machista y las políticas de ajuste que tienen a la mujer como principal víctima. Nota de opinión sobre el impactante 8M en Buenos Aires.
Cualquier relato queda pobre para lo que conllevó el pasado Día de la Mujer en la Ciudad de Buenos Aires y en todo el mundo. No hay palabra que esté al nivel de las sensaciones y vivencias. No cabe duda de que la organización de las mujeres marca un precedente, demuestra que cuando se quiere la unión de todos los colores políticos es posible, pero también da cuenta de la profundidad del problema. Hay algo que va más allá del gobierno de turno, es algo que nos invade desde que nacemos, nuestra cultura, la cultura patriarcal y machista. Las consignas que se pudieron ver y escuchar a lo largo de toda la Avenida de Mayo fueron tan variadas como las versiones en las cuales el machismo condiciona nuestras vidas: por el cese de femicidios y travesticidios, el aborto y el reconocimiento igualitario del trabajo de la mujer, fueron los tres ejes que concentraron la mayoría de los reclamos.
La violencia machista también tiene una trama económica y política, y más aún en contextos de ajuste por parte de gobiernos neoliberales. Porque el ajuste también es violencia. La precarización laboral, el trabajo informal, la xenofobia, el desmantelamiento de programas de contención a víctimas de violencia tienen de fondo una sociedad y un gobierno que perjudica en primer lugar a la mujer y recrudece su situación de vulnerabilidad. Porque de la inequidad se sale con políticas de Estado, pero el gobierno actual, encarnado en un presidente empresario y misógino, no tiene como prioridad la igualdad de género, ni la igualdad de clases.
Mujeres trabajadoras y de todos los barrios fuimos las protagonistas, nos pusimos al hombro reivindicaciones nuestras y de la sociedad en general, propio de un movimiento que lucha día a día para cambiar el sistema y la cultura: contra el neoliberalismo, la opresión y la desigualdad. No pedimos flores, bombones, que nos feliciten, queremos que nos acompañen, que luchen con nosotras.
Sin especulaciones, sin ambigüedades paramos. Paramos porque “si nuestras vidas no valen, que produzcan sin nosotros”. Paramos y marchamos para que paren de violentarnos, para que paren de vernos como un objeto, un instrumento o un blanco pasible de ser agredido o asesinado.
Tal como sucede en cada Ni Una Menos o en las sucesivas ediciones del Encuentro Nacional de Mujeres, en la marcha sobrevoló un clima de respeto, compañerismo y sororidad que no pueden replicarse en ninguna otra movilización. Será por la fuerza del reclamo, fortalecida ante cada evento de violencia sufrida, o por la empatía que genera reconocerse en ese lugar de inferioridad que se nos ha sido asignado; pero las mujeres fuimos y seguimos siendo ejemplo de organización, unidad, coraje y lucha.
Y fue así como la tierra tembló y lo hizo bajo la pisada fuerte del feminismo. Heterogéneo y por eso tan rico, adaptado a las coyunturas de cada uno de los más de 40 países. En Buenos Aires fuimos más 250 mil las mujeres que marchamos y no hubo rincón de la ciudad en donde no se escuchara el grito de que nos queremos vivas, libres, reconocidas y sin miedo.
Por María Emilia Reiszer desde Buenos Aires para:
Equipo de Comunicación Popular Colectivo al Margen