El Centro Internacional de Pobreza (CIP) define a la feminización de la pobreza como un cambio en los niveles de pobreza que muestra una tendencia en contra de las mujeres y los hogares a cargo de mujeres. Más precisamente, es un incremento en la diferencia en los niveles de pobreza entre mujeres y hombres, y entre los hogares a cargo de mujeres por un lado y aquellos a cargo de hombres o parejas por el otro.
Según los últimos datos del Instituto Nacional de Estadísticas y Censos (INDEC), la tasa de desempleo al tercer trimestre de 2016 fue de 8,5%. De ese total, el 6,5% corresponde a varones, y el 10,5% restante a mujeres (sin contar el subempleo que se eleva a 10%). Esto mismo ocurre con la tasa de pobreza, que del total: 32%, cerca del 19% corresponde a mujeres. ¿Esta mayor precarización en la calidad de vida de las mujeres es casual? Lo cierto es que no.
En principio, esta desigualdad se podría explicar por la cantidad de horas que las mujeres le dedican a las tareas del hogar, ya sea con los quehaceres domésticos, el apoyo escolar y el cuidado de niños y niñas y/o personas adultas.
Trabajo productivo y reproductivo
La división del trabajo por sexos, está asociada a la pobreza de las mujeres por las menores oportunidades de éstas para acceder a los recursos materiales y sociales; y a la toma de decisiones en materias que afectan su vida y el funcionamiento de la sociedad. La división sexual del trabajo es resultado de la construcción social de estereotipos de género y la asignación de roles en función del mismo. Así es que los hombres históricamente se dedican principalmente al trabajo productivo remunerado, y las mujeres gratuitamente al trabajo reproductivo, la CEPAL define: “El trabajo productivo indica aquellas actividades humanas que producen bienes o servicios y que tienen un valor de cambio, por lo tanto que generan ingresos tanto bajo la forma de salario o bien mediante actividades agrícolas, comerciales y de servicios desarrolladas por cuenta propia. El trabajo reproductivo constituye un conjunto de tareas necesarias para garantizar el cuidado, bienestar y supervivencia de las personas que componen el hogar. Este trabajo reproductivo se entiende en dos niveles fundamentales: a) La reproducción biológica: la gestación, el parto y la lactancia del niño. b) La reproducción social: mantenimiento del hogar y la reproducción de hábitos, normas que, incluye la crianza, la educación, la alimentación, atención y cuidado de los/las miembros y organización y, leyes, costumbres y valores de un grupo social determinado.
¿Pero por qué le dedicamos tanto tiempo a estas tareas? Siguiendo a la filósofa marxista Silvia Federici, quien sostiene que “eso que llaman amor es trabajo no pago”, al disfrazar el trabajo no pago como un acto de amor (y de mujeres) se esconde que estas tareas son trabajo propiamente dicho y de este modo, se realiza una actividad indispensable para el funcionamiento de toda la sociedad de manera gratuita en un mundo en que el consumo de todas las cosas tiene un precio.
Precio que se visibiliza cuando estas tareas se tercerizan, ya sea en instituciones privadas de cuidado, o contratando a alguien para que haga las tareas. En este sentido, la pertenencia a determinada clase impacta en la organización del trabajo doméstico, ya que las mujeres de clases media y alta poseen el nivel de ingresos necesario para delegar en terceras personas estas tareas, quienes generalmente son mujeres de las clases populares.
Con el fin de cuantificar el ingreso que genera este trabajo, se han realizado estudios sobre Sudáfrica, Tanzania, Corea, India, Nicaragua y Argentina, y se estima que si se le asignara un valor monetario al trabajo reproductivo que realizan las mujeres, representaría entre el 10 y el 39% del PBI de estos países. Otro resultado es que la reducción de las cargas de estas tareas sobre las mujeres, mejoraría su productividad fuera del hogar, con el consiguiente impacto positivo en toda la sociedad.
Discriminación en el mercado laboral y brecha salarial por género
En nuestro país, según un informe del Ministerio de Trabajo, las mujeres ganan en promedio 27% menos que los varones, un número que varía según las zonas del país, la composición del grupo familiar (hijos/as y/o familiares a cargo) y las condiciones del trabajo productivo de que se trate. Es de las tasas más altas de Latinoamérica; y aumenta la brecha para el empleo no registrado. Esta diferencia salarial se calcula comparando el salario promedio de hombres con el de las mujeres. ¿Pero cuáles son las cusas de esta brecha?:
-Cantidad de horas trabajadas: cuando se comparan los salarios por hora, la brecha disminuye considerablemente, y la diferencia responde a la cantidad de horas disponibles de las mujeres para trabajar en el mercado. Pese a ello, incluso las mujeres que trabajan más de 45 horas semanales en el mercado, le dedican mayor cantidad de tiempo a las tareas domésticas que los varones desempleados.
-Segregación vertical y horizontal: a nivel vertical, generalmente existen obstáculos invisibles que llevan a que las mujeres tengan poco acceso a los puestos de poder y decisión, y permanezcan en los escalones más bajos de las instituciones (puestos menos calificados, y de menor salario). A nivel horizontal, sectores de educación, salud y trabajo doméstico están sobre ocupados por mujeres, siendo estos los segmentos peor pagos, y vinculados a las actividades de cuidado asignadas dentro del hogar.
Por otra parte, en el 2013 el INDEC realizó por primera vez una encuesta sobre Trabajo No Remunerado y Uso del Tiempo, según la cual las mujeres de Argentina dedican en promedio 6,4 horas de tiempo y los varones 3,4 horas al trabajo no remunerado. En Río Negro en particular, la cantidad de horas promedio trabajadas diariamente en estas tareas son menores a las de la media nacional (3,6 provincial; 5,3 nacional), 2,4 varones, 4,4 mujeres. Es decir que la mitad de los varones no hace la cama en la que duerme, ni limpia lo que ensucia, entre otras tareas que deja de hacer.
Estos datos nos permiten dimensionar la asimetría existente en la distribución de tareas del hogar entre hombres y mujeres. La cantidad de horas diarias que las mujeres dedican a estas tareas que garantizan la supervivencia del núcleo familiar, y no a otras como estudiar, trabajar en forma remunerada fuera del hogar, e incluso descansar. Esta falta de tiempo libre, limita en cuanto a las posibilidades de desarrollo tanto personal, como profesional, teniendo que muchas veces aceptar trabajos más flexibles, peores pagos y precarizados. Asimismo, cuando la situación económica se torna adversa, las primeras que pierden el trabajo remunerado son las mujeres, precisamente por las condiciones precarizadas bajo las cuales son contratadas, aumentando la probabilidad de caer y permanecer en la pobreza.
Pese a ello, las mujeres ocupan un rol protagónico en períodos de crisis, ya que tienen gran capacidad de organización, generando diversas estrategias para mantener el hogar, por ejemplo aumentando su participación en comedores, roperos comunitarios, trueque, feria, merenderos, cooperativas y demás organizaciones barriales, como alternativa al hambre y la pobreza. Es importante notar que estas actividades generalmente son una continuación del trabajo desarrollado en el ámbito privado, del trabajo reproductivo no remunerado.
Rol del Estado
Las políticas orientadas a la reinserción de las mujeres en el mercado laboral (como centro de desarrollo infantil en lugares de trabajo, esquemas de horarios flexibles para la lactancia, etc.) son escasas y a menudo poseen grandes falencias en su implementación. Tampoco las instituciones educativas cuentan en su mayoría con espacios de cuidado de niños/as que permita a las madres capacitarse para poder mejorar sus oportunidades laborales, desarrollarse profesionalmente, y/o disfrutar del ocio.
En Bariloche, los lugares destinados al cuidado infantil (CDI, jardines infantiles, etc.) no dan completa respuesta a la demanda de cuidado, ya que son pocos lugares, pocas instituciones, y dejan así a muchas mujeres sin posibilidad de resolver estas tareas, teniendo que contratar un servicio privado, y/o dedicarse ellas al cuidado, perdiendo la posibilidad de conseguir un trabajo remunerado.
¿Hay alternativa?
Lo principal e imprescindible, aunque es un proceso a largo plazo, es deconstruir los estereotipos de género, para eliminar la discriminación por género, precarización laboral y feminización de la pobreza, y demás impactos negativos sobre otros aspectos de la vida de las mujeres.Hacen falta fuertes políticas que redistribuyan ingresos y servicios accesibles en términos de costos y adaptados a las necesidades de las familias. En paralelo, implementar acciones específicas para poder reducir la brecha salarial, trabajar en políticas públicas orientadas a las mujeres para compensar la discriminación laboral.
Por su parte, Gala Díaz Langou, coordinadora del Programa de Protección Social del Centro de Implementación de Políticas Públicas para la Equidad y el Crecimiento (Cippec), aporta:“Se necesita avanzar en una extensión de los tres tipos de licencias: las maternales, las paternales y las familiares. El escenario ideal es: contar con una licencia por maternidad que respete el piso mínimo establecido por la Organización Internacional del Trabajo (OIT) de 98 días, universalizándola a todas las trabajadoras madres (incluyendo a las trabajadoras informales); extender la licencia por paternidad a treinta días y universalizarla a todos los trabajadores padres (formales e informales, independientemente de su rubro o ubicación geográfica); crear una licencia familiar de 90 días que pueda ser usada indistintamente por el padre o la madre (o los padres y las madres). Este escenario facilita la inserción de las mujeres en el mercado laboral y favorece la construcción de una más justa división de roles intrahogar”.
Es tarea nuestra entonces, seguir organizándonos para exigir que se cumplan nuestros derechos.
Por Mariana Da Silva Evola
Para Equipo de Comunicación Popular Colectivo al Margen