La educación de un país refleja y apunta al proyecto político e ideológico del mismo. A lo largo de toda la historia argentina, las diferentes reformas educativas tuvieron y tienen que ver con el modelo económico, social y político que se lleva adelante. Sobre los cambios de paradigmas y la coyuntura durante el primer año de macri en el gobierno charlamos con Graciela Belli, docente y referente de las escuelas de Gestión Social de Gente Nueva en Bariloche.
La educación como formadora de ciudadanos modelos.
Sarmiento es el gran icono de la educación argentina. Construyó escuelas, alfabetizó miles de chicos. A través de la Ley 1420, la educación pasó a ser responsabilidad del Estado. El mismo se constituye como garante de la educación para todos los ciudadanos y deja de ser patrimonio de la iglesia católica, que tenía el control de la vida social.
Atrás del impulso de Sarmiento estaba la generación del 80´, entre ellos Julio Argentino Roca, quien tenía muy claro el objetivo político de la educación: “La formación de una fuerte impronta hacia lo nacional subordinado a un proyecto de país agroexportador donde la oligarquía era dueña en gran parte de la producción económica. La ocupación del territorio, la absorción del inmigrante, la desaparición física de los pueblos originarios, era parte de ese proyecto donde Argentina miraba a Europa y pensaba que todo lo que venía de afuera era mejor que lo que teníamos acá. Con lo bueno y lo malo estaba clarísimo el objetivo” nos dice Graciela.
El modelo Fundacional de Sarmiento está basado en el Positivismo, que era la ideología dominante de la clase dominante. El lema era: Orden como principio y Progreso como fin, apuntando a construir un ciudadano moderno con una fuerte identidad nacional.
La escuela “argentinizaba”, construía ciudadanía y reducía la diversidad cultural.
La educación como Derecho
La reforma universitaria en Córdoba en 1918, puso por primera vez en jaque a la filosofía positivista, se empezó a pensar al conocimiento como un capital simbólico para el ascenso social, donde hasta ese momento tenían acceso solo los sectores dominantes. La lucha del conocimiento empezó a ser la lucha por la libertad y la democracia con una visión universal del estado del mundo y de la política.
Este objetivo social de la educación se profundizó con el Peronismo (1946-1955) donde se puso énfasis en la relación entre el trabajo y la educación, creando así las primeras escuelas técnicas en el país.
“La educación estuvo pensada para otro modelo de país, un país que dejaba de ser exclusivamente agroexportador y que apuntaba a la industrialización. Se propone una democracia más amplia y representativa que incorpora a la mujer y le da un gran poder a la clase obrera a través de la sindicalización. Se perfila la educación como derecho” dice Graciela. Con este objetivo claro, que apuntaba al acceso popular a las instituciones escolares, se creó el ministerio de educación, se estableció la enseñanza prescolar y se crearon decenas de universidades libres y gratuitas, con la supresión de aranceles y el establecimiento de becas. En estos años se incorporaron al sistema educativo 2.870.000 alumnos.
La educación como amenaza.
“Con el proceso democrático que inicia en el ¨73 y se corta abruptamente en el ´76 (dictadura militar) la educación tiene nuevamente un perfil claramente político: se vio a la educación como peligrosa. Se puso la mirada en lo represivo: a los contenidos, a los libros, a los actos, a las formas. Yo viví esta experiencia como directora en una escuela parroquial chiquita. Nos controlaban las canciones que cantábamos, qué decíamos en los discursos. En el período de la dictadura la educación fue considerada como que podía llegar a ser una herramienta de la subversión. Había un instructivo para saber si había subversivos en las escuelas”, relata Graciela.
Como dice el doctor en educación Pablo Pineau, el proyecto educacional de la dictadura era represivo, se consideraba que: todo hecho social es político, lo político es subversivo, lo subversivo debe ser reprimido. Para la educación, el terrorismo de estado significó un estricto control y una enorme modificación en la vida de las escuelas. Según las denuncias recogidas por la CONADEP, el 6% de los desaparecidos eran docentes y el 21% estudiantes.
La educación como Mercancía.
Graciela nos cuenta que la vuelta a la democracia y el “desprocesamiento” de las cabezas fue largo. “La verdad es que teníamos mucho miedo, al principio en las escuelas no se hablaba de los desaparecidos y el proceso a las juntas.” En esta coyuntura de vuelta a la libertad y miedo heredado, los sindicatos docentes vuelven a ganar las calles y a tener peso político.
“Luego, con el Menemismo, la educación pasó a ser un servicio de consumo. Las escuelas y las universidades siguieron siendo gratuitas gracias a la lucha de los docentes, pero la educación como servicio pone al docente como en el lugar de prestador de ese servicio. La educación puesta al servicio del modelo económico neoliberal.”
Según la visión neoliberal y con la mirada controladora de los organismos internacionales (Banco central y FMI) de la efectividad de las políticas públicas, se establecieron las pruebas PISA en América Latina y se consideró que existía una crisis de eficiencia, eficacia y productividad, que había un crecimiento cuantitativo pero no cualitativo, culpa del estado benefactor. La educación es vista como un gasto excesivo del estado y pasa a ser un bien al que solo podrán acceder según el mérito y la capacidad de los consumidores.
En 1994 se reemplazó la ley 1420 y se estableció la ley N° 24.194, ley Federal de Educación. Se descentralizó la responsabilidad de la educación en manos del estado nacional y se pasó a las provincias (24 administraciones, sin un eje en común) y agentes privados. El objetivo era adecuar la escuela a la demanda del mercado laboral y disminuir el gasto público.
“Fue tal la decadencia después de estos años que la escuela pública quedó como un bastión para la contención. Desde las escuelas siempre la intención fue poner el eje en lo educativo, pero los barrios eran tierras arrasadas; pensar que pueden volver tiempos como esos es muy angustiante”.
La educación como bien público.
“En el 2006, la ley nacional de educación expresa con absoluta claridad la cuestión de la educación como derecho y pone sobre el tapete algo medular: que no hay contradicción entre la inclusión y la calidad. La calidad es con inclusión y si la calidad no contempla la inclusión no es calidad.” nos dice Graciela. ¿Pero cómo se hace para que no se pierda la calidad con la masividad? “Si merma la calidad se salda con la continuidad en el tiempo e ir revisando las prácticas e ir reacomodando y reafirmando. Si hay un convencimiento ideológico que el otro es igual que yo, se allana el punto de partida. Esto es con lo que no se debe tranzar, somos todos iguales en el sentido de derechos. La inclusión es profundamente ideológica y algunos proyectos políticos como el que tenemos hoy no soporta la igualdad. No soporta la inclusión porque ésta se basa en el principio de igualdad. Esto para mí no es negociable y tiene que estar sostenido por políticas públicas que lo posibiliten. Este cambio ideológico en el sistema educativo fue apoyado por diferentes leyes como: La ley de financiamiento, la ley de 180 días de clase, ley de educación técnica, ley de educación integral, entre otras; con un conjunto de planes que promovían y ayudaban a más jóvenes a acceder a la educación. Las políticas inclusivas en los años Kirchneristas recibieron el rechazo de muchos docentes. “Faltó tiempo, dice Graciela, porque esto implica un cambio de mentalidad en los docentes, que cuando aparecen estos procesos, nos ponemos directamente en un lugar donde se vulneran nuestros derechos. Estos procesos son largos, necesitan convencer, no imponer. Si esto no es con el convencimiento se transforma en superficial. Se necesita un cambio cultural que no fue lo suficientemente profundo o no lo habremos hecho bien”.
Nos preguntamos y le preguntamos a Graciela: y ahora, con esta nueva realidad, ¿cómo seguimos? “Yo estaba contenta después de todos los embates que viví, pensé que este proceso que soñamos mis compañeros y yo, iba a seguir adelante. Pero mi esperanza es que los pueblos siempre vuelven, bañados de sangre, con mil derrotas, pero vuelven. Cuando hay momentos de crisis como estos, la escuela se transforma en lugares de resistencia, de contención, donde se puede seguir reflexionando y sosteniendo un proyecto de país para todos”.
Con la esperanza de que así sea, apagamos el grabador y seguimos adelante.
Por Irene Rassetto
Equipo de Comunicación Popular Colectivo al Margen