Como parte del Tercer Encuentro de Tierra efectuado días atrás, vecinos de tomas de Córdoba capital y alrededores voltearon el muro del barrio privado Manantiales para denunciar la discriminación y la falta de tierras bajo la consigna: “Tierra y Libertad”.
El colectivo 60 deja la avenida Fuerza Aérea Argentina y se interna por los barrios al límite de la circunvalación Agustín Tosco, que rodea la ciudad de Córdoba. Las calles empiezan a perder su nombre, abundan los descampados y esa sensación de abandono del Estado que puebla las periferias urbanas del país. El recorrido termina y las gentes descienden cerca de una plazoleta sobre la calle Estocolmo, una de las intersecciones de la dirección del predio donde se realiza el Tercer Encuentro Provincial de Luchas por la Tierra, organizado por el Encuentro de Organizaciones (EO). El comunicado dice: “A quienes ocupan tierra para vivir y para producir, a quienes se organizan por la auto-urbanización y la auto-gestión territorial, a quienes resisten los intereses inmobiliarios por el agua, los bosques y la vida, y a quienes enfrentan los intereses del agronegocio luchando contra las fumigaciones, el avance de la agricultura intensiva y promoviendo la producción de alimentos sanos… Nos encontraremos con la convicción que nuestros andares son parte de un mismo camino: la organización, resistencia y lucha por Tierra para la Vida Digna, contra el despojo, la contaminación, la expulsión y la muerte que nos ofrecen los de arriba”.
Un monumental cartel de cemento anuncia el Parque Las Rosas, que salvo una vereda rota y edificios municipales que continúan la imagen de abandono, no muestra más que yuyos crecidos y basura desperdigada. ¿La calle Pasteur? “Ni idea”, responde un grupo de adolescentes mientras se refrescan con una manguera. “Allaaá al final de todo creo”, especula una doña en la puerta de una tienda. Dos carreros ranchando en una esquina saludan efusivos y responden: “¿Viene para el encuentro? Los muchachos del EO están allá donde está el auto blanco, frente a la montaña de tierra”. En los márgenes de los márgenes un grupo de militantes se resguarda del sol en un improvisado tinglado de media sombra. Frenar el viento es otra cosa. El Chaco, pala en mano, siembra los árboles que trajeron los cumpas de Punilla. “A ver si pa la próxima tenemos sombra natural”, dice Facundo, uno de los organizadores del evento. Las comisiones se reúnen al costado de los escasos ranchos de material por regiones y también preocupaciones o aprendizajes en común. Los problemas y soluciones con respecto el agua, la seguridad, la comunicación, la autogestión de huertas y criaderos de pollos, el trabajo en red, la construcción en adobe… Salen los choris y empanadas vegetarianas, y una birrita que el Flaco rescata de uno de los kioscos cercanos.
“Nosotros estamos hace un año, pero la organización nació cinco meses antes. Nos asesoramos. Esto era un basural y el terreno estaba a nombre de una empresa fantasma. Éramos quince familias, pero al momento de tomar se sumaron otras setenta. Dijimos: pucha, que cantidad de gente hay con la necesidad de la tierra. Hoy en día somos veintidós familias que estamos viviendo en un terreno amplio, tenemos para hacer la huerta, tener los animales, hay compañeros que trabajan con el carro y pueden tener sus caballos. Lo primero que hicimos fue la escuelita que es de material y ahí hacíamos la guardia, pasábamos toda la noche. Y como el juez dictó la medida de no innovar tuvimos que hacer los ranchos de palo y nailon. Entraba la policía, los desarmaba, tenemos 40 compañeros imputados por usurpación y otros 10, además, por desobediencia a la autoridad. Pero si no hacemos esto, no tenemos donde vivir. Hoy en día hay tres casas de material porque dijimos: si le vamos a dar bolilla a la justicia vamos a vivir en una carpa y no es vida. Así que de apoco fuimos entrando los materiales”, cuenta Cari, vecina del barrio. Y agrega con respecto al Encuentro: “Es muy fuerte para nosotros, que somos una toma urbana. Saber que no estamos solos, no somos los únicos. Nos sentimos acompañados. Porque nosotros estamos rodeados por un country, por gente de clase media, que te manda la policía, que te discrimina porque vivís en un ranchito, somos negros, delincuentes. No sólo tenemos que luchar con que no tenemos tierra, sino con la discriminación de la gente”.
Además de vecinos de Córdoba, hay otros de los valles de Punilla, Paravachasca y Sierras Chicas, cerca de la capital. Zonas que, frente al avance inmobiliario, han comenzado a verse amenazados de desalojo por diferentes empresarios que cuentan con la misma legalidad que ellos, pero que sin embargo, a costa de contactos y dinero, con la complicidad de gobiernos municipales, fiscales, jueces y la policía, planean megaproyectos de torres y countries con el consecuente desmonte, desvío de los ríos, aumento de la basura y otros males urbanos. La experiencia en Sierras Chicas es conmovedora. Las organizaciones denuncian que las inundaciones, que años tras años desalojan muchos de los barrios, son una consecuencia directa del desmonte y la falta de planificación. Frente a la catástrofe, los intendentes no han tenido mejor idea que convocar a la gendarmería nacional para frenar supuestos saqueos y, de paso, militarizar la región frente a la movilización popular. Esto sumado a proyectos de canteras, mineras, embotelladoras de agua, campos de soja y otros emprendimientos extractivistas.
Yanina, vecina del Barrio Comechingones en Cuesta Blanca, cerca de Villa Carlos Paz, describe su situación: “Hace cuatro años que estamos habitando nuestras tierras y venimos con un proyecto de barrio bastante lindo. Tenemos un terreno comunitario donde nos reunimos los días martes y tenemos proyectos de construir una biblioteca popular y una cisterna de recolección de agua de lluvia. La ocupación de tierra no es delito. Estamos buscando una mejor forma de vida, la construcción de nuestras viviendas con nuestras propias manos. Somos parte del Encuentro de Tierras porque aquí nos apoyamos y compartimos ideas, sueños y es donde nos sentimos fuertes y unidos, porque esto individualmente no se puede llevar a cabo”.
Hace algunos meses la policía entró al barrio a desalojar, se llevaron presos a varios compañeros, incluyendo una madre con su niña. Uno de ellos es Emanuel Carrizo, quien quedó encarcelado y tuvieron que salir a marchar para que lo liberaran. Además del apoyo popular, la ayuda del EO y el Encuentro de Tierras a través de sus abogados y canales de comunicación fue vital para lograr su liberación. “Queremos que nos dejen vivir tranquilos, criar a nuestros hijos en ese lugar hermoso en medio del monte que elegimos para vivir”, se esperanza Yanina.
Después del plenario se hace la mística (una ofrenda a la Pachamama, canciones y un “abrazo caracol”) y se planifica la “acción”. La cosa es más o menos así: muchos de los vecinos de la toma del Parque Las Rosas nacieron, vivieron o se criaron en histórica villa de Las Siete Alcantarillas, que fue desalojada, supuestamente, por ser terreno inundable. El gobierno, además del monumental arco de cemento, construyó un plan de viviendas que fue insuficiente. Hoy un muro inconstitucionalmente construido por la empresa EDISUR, separa a los vecinos de sus antiguas tierras. Allí se levanta un barrio privado Manantiales Sunset. La misión: derribar el muro.
“Es toda una adrenalina, una fuerza de poder caminar por entremedio de los barrios de clase media, el barrio de donde nos sacaron, donde vivíamos y teníamos nuestros animales y espacio, y pasamos a vivir en una casa que nos dio el gobierno y no entramos. Poder pasar este muro y decir: nosotros podemos caminar acá es como volver a nuestros barrio, porque esas tierras donde hoy hay asfalto, grandes casas y seguridad, eran nuestras tierras”, aclara Cari.
Media centena de militantes se forma sobre la calle de tierra. El Flaco y otros compañeros están a cargo de la seguridad. “¿Necesitan más gente?”, le pregunto. “No, solamente compañeros que puedan mantener la calma en caso de que se arme bardo con la policía”, responde.
Una mocosa de no más de un metro con calzas apretadas y unas botas rosas de guerrera levanta el megáfono y grita: “Alerta”. Los compañeros responden “Alerta, alerta, alerta que camina, el pueblo organizado por América Latina”. Del medio centenar de militantes, una buena parte son niños y mujeres. ¿En serio piensan tumbar el muro de un country y meterse adentro?, me pregunto, un poco escéptico. Casi en un acto de sincronicidad, Sergio me responde: “Faltó mucha gente, la agenda está muy cargada a fin de año. Ahora nos acostumbramos a ser muchos en las acciones, pero al principio en el EO éramos tres gatos locos encapuchados yendo a un supermercado a pedir alimentos. Es como la revolución de Fidel Castro, a veces ponés una decena de delirantes en un barco y funciona”.
La columna avanza por el barrio entre calles de tierras y mucha basura, bordeamos el muro de bloques de cemento. Del otro lado, amplios parquizados, elegantes mansiones, carros de policía y calles impecablemente asfaltadas. Un par de compañeros encapuchados comienzan a darle al muro con las mazas. Al rato cunde la impaciencia y unos veinte compañeros empiezan a empujar (incluyendo a Yanina, que me entrega su bandera de whipala y se lanza sobre el muro). !Lo logramos! ¿Y ahora? Un par pasan adentro, miran para todos lados. Los vecinos no lo pueden creer. A un par de cuadras hay un patrullero. Avanza, retrocede, avanza, retrocede. No entienden nada.
“¡Vamos compañeros, ordenados, en fila! ¡A ver los encargados de seguridad, y los que van a parlamentar con la policía!”.
Entramos al predio, cortamos el tránsito y nos encaminamos hacia una verde pradera con arroyuelo y una especie de acueducto de ladrillo. Del otro lado del arroyuelo, la empresa desarrolla un festival para posibles compradores. Hay gazebos con almohadones, cerveza tirada y un escenario con una banda. Los nuevos vecinos y los organizadores de la empresa inmobiliaria miran azorados. Un grupo de compañeros avanza sobre el acueducto y cuelga bien alto la bandera que dice “Tierra y Libertad”. Otros pintan con aerosol la consigna en las paredes. Comienzan los cánticos, las denuncias por megáfono, decenas de risas. Me prendo un pucho, hay un pelado de traje impecable, gafas oscuras y chicharra en la oreja que empieza a dar órdenes por un handy, un pibe del otro lado del arroyo observa todo con cara de que bien que la pasan estos jipies; un señor mayor me mira con la vista totalmente perdida. Cuando vuelve a tierra me aclara: “Yo vivía acá”.
En pocos minutos somos rodeados por la policía y un organizador del evento se acerca a parlamentar. Los diálogos son realmente delirantes. Los cumpas cargan con esa picardía cordobesa y hasta les hacen reconocer que ese muro que tumbamos no está nada bien. Se comprometen a establecer un canal de diálogo con los barrios del otro lado del muro. Volvemos con sana algarabía y hasta algún canto alusivo a la policía. ¿Un mosquito picando un elefante? Puede ser. Pero de repente el horizonte es más amplió, el sol cae redondo y a mí se me hace que los pechos, los corazones, están bien henchiditos.
Por Tomás Astelarra, desde Córdoba/El Furgón