Planes sociales, crecimiento del dinero invertido en seguridad, números que hablan de la reducción de homicidios en los principales centros urbanos del país y, como siempre, las pibas y los pibes menores de treinta años como sujetos concretos de las noticias policiales, consumidores consumidos, soldaditos inmolados en el altar del dios dinero, nervio motor de los negocios de las armas y el narcotráfico, verdadero y único dios del capitalismo.
Desde finales de los años noventa, la Argentina, a través de sus gobiernos, nacionales, provinciales y municipales, restó importancia a las señales que venían de sus vísceras, en la geografía donde antes había trabajo y ahora no.
Por eso los dichos y los hechos del presente forman parte de distintas realidades que coexisten en estos días y que incluso están en la misma geografía pero, efectivamente, marcan mundos distintos, con lógicas, justicia, economía y cultura que también son diferentes.
En un rápido repaso de las noticias de las últimas dos semanas, las causas y los intereses que motivaron esta realidad, siguen impunes, mientras tanto aparecen palabras que debieron pronunciarse mucho antes.
En la provincia de Santa Fe, por ejemplo, un senador del departamento San Lorenzo, por donde entra y sale la mayor cantidad de cocaína de la Argentina, según sostenían las fuerzas federales e internacionales a partir de los años noventa, a través de los puertos privados, acaba de denunciar que robaron el auto de su hija, lo usaban para delivery de drogas en la humilde ciudad de Capitán Bermúdez y que durante días se hizo muy poco para detener a las personas involucradas.
A menos de treinta kilómetros al sur de San Lorenzo, en Rosario, un nuevo estudio de la Universidad Católica Argentina, sostiene que el plan Abre, diseñado desde el gobierno provincial, generó menos violencia en los barrios de la ex ciudad obrera. Una buena noticia que, sin embargo, debería contener el anuncio de un mayor presupuesto para que, necesariamente, ese plan tenga una dimensión más grande para alcanzar un número más amplio de familias estragadas desde el saqueo del trabajo en los años noventa formando aquellos agujeros negros que luego fueron ocupados por los dos grandes negocios del capitalismo, armas y narcotráfico.
En Tucumán, mientras tanto, a un mes de la muerte del sacerdote Juan Viroche, la Comisión Nacional de Justicia y Paz que depende el espiscopado, sostuvo que “el dinero que mueve el narcotráfico está manchado con sangre de los pobres” y pidió que “la cultura de la muerte y el descarte no debe prevalecer en nuestro país”.
El “narco menudeo cuestiona la cultura del trabajo y las drogas afectan gravemente la salud de muchos niños y jóvenes, por eso ninguna lucha contra el narcotráfico podrá ser exitosa sin inclusión y desarrollo social… Las mafias, que lucran con la muerte al dedicarse al narcotráfico, no dudan en amenazar o incluso matar a aquellos que consideran un obstáculo a sus mezquinos intereses. Lamentablemente, ya son muchas las víctimas a lo largo y a lo ancho de nuestro país”, dijeron en el comunicado y sostuvieron “con alarma y con dolor, que las bandas criminales están infiltradas en distintos sectores e instituciones de nuestra sociedad”.
Palabras necesarias pero tardías. Porque la misma institución, desde finales de los años noventa, tuvo voces que denunciaban esta lógica perversa desde los barrios humildes de las ex barriadas trabajadoras del Gran Buenos Aires, Rosario, Córdoba, Tucumán y Mendoza. ¿Por qué la Conferencia Episcopal no habló antes cuando sí lo hacían los sacerdotes y monjas bien de abajo?.
Pero la más curiosa afirmación provino de la Universidad Argentina de la Empresa, la misma que apoyó durante años la destrucción de los puestos laborales en la Argentina crepuscular de finales de los años noventa y principios del tercer milenio.
“Hay que evitar que el narcotráfico se convierta en el primer empleador de la Argentina”, dijo Héctor Masoera, presidente de la UADE, al mismo tiempo que valoró como positivas las medidas del gobierno del ingeniero Mauricio Macri.
En este mosaico roto que expresa la fragmentada realidad argentina, los dichos suenan tardíos mientras lo que siempre se renueva es el dolor de las vidas jóvenes que son comidas por el sistema.
Las esperanzas aparecen en incrementar los presupuestos destinados la inclusión social y escuchar a las organizaciones sociales que desde hace décadas ponen el cuerpo en el subsuelo de la sociedad.
Fuentes: Diarios “La Capital” y “El Litoral”, viernes 4 de noviembre de 2016; Diario “La Nación”, viernes 4 de noviembre y sábado 5 de noviembre de 2016; “Ciudad blanca, crónica negra”, libro del autor de esta nota.
Por Carlos Del Frade – agencia Pelotas de Trapo