Escuchamos, habitualmente, que lo que hace falta es educación; que todos los males del país se resolverían porque, en mayor o menor medida, son culpa de la falta o de una “mala” educación. La educación es centro de debates en la sociedad y vital en la vida de cada individuo y la de sus hijos. Pero, ¿todos entendemos lo mismo por educación, por calidad educativa, por lo que se debe enseñar, por cómo lo debemos enseñar y para qué? ¿El objetivo de la educación es el mismo para todos o varía según los intereses de cada individuo, grupo o clase social? ¿Debe haber distintos tipos de educación o se debe uniformar? ¿El Estado debe garantizar que todos tengamos la misma calidad educativa?
El objetivo de esta nota no es responder cada una de las preguntas, que tienen tantas respuestas como individuos y generan debates en sí mismos; sino replantearnos el sentido de la educación del siglo XXI. Repensar, al formularlas, el paradigma actual y considerar las distintas formas de educación que se han propuesto en estos tiempos en contraposición a la educación tradicional. Además, analizar tanto la relación de la escuela con el Estado, como el sentido político de lo pedagógico en relación con lo social y con la educación como bien público.
La crisis que hoy en día atraviesa el sistema educativo formal nos obliga a repensar cuál es su sentido. ¿Siguen siendo válidas para los jóvenes de hoy en día las premisas que escuchábamos de nuestros padres o abuelos? “Tenés que estudiar para ser alguien en la vida” o “es necesario estudiar para acceder a la universidad y luego a un buen trabajo”. La gran deserción escolar nos da la respuesta. La lógica de que la escuela da conocimiento y abre las puertas para una “buena” vida está en crisis. Esos ya no parecen argumentos suficientes para que los jóvenes vayan a la escuela. Al contrario, el panorama actual muestra que se aburren, no estudian, repiten y, eventualmente, dejan el colegio. La causa principal pareciera ser la pérdida de sentido: “¿para qué estoy acá?”. Esta pregunta ya no tiene una repuesta tan simple como la que nos daban ya que la escuela hoy en día no asegura un buen trabajo o “ser alguien en la vida”.
Los jóvenes de hoy en día no son los mismos que los del siglo pasado. La coyuntura social ha cambiado y con ella el desarrollo tecnológico, la manera de comunicarse, las formas de acceso y la inmediatez de la información. La democracia llegó a las escuelas y la relación con la “autoridad” también se transformó. Sin embargo, se sigue dando clase de la misma manera y con la misma lógica que hace un siglo atrás. El paradigma sigue siendo el mismo y la escuela pareciera varada en un siglo de grandes cambios sociales, políticos, y tecnológicos. ¿El cambio de paradigma se debe dar sólo en las “formas” y en los “contenidos” de la escuela, o también en la manera en que la sociedad concibe la educación en términos de derechos, como bien público y emancipatorio?
Escuelas privadas, estatales, experimentales, escuelas de gestión social, bachilleratos populares: ¿tienen la misma concepción de educación?, ¿qué función cumple y qué objetivo persigue cada una? ¿Qué rol cumplen en la sociedad? ¿Es posible separar la educación del proyecto político de un país? Son preguntas que nos hacemos como puntapié para comenzar a analizar de dónde viene, cómo y con qué objetivo se concibió la educación tradicional.
HACIENDO HISTORIA
El concepto de escuela pública, gratuita y obligatoria nace entre fines del siglo XVIII y principios del siglo XIX, en una época de la historia denominada Despotismo Ilustrado. Comienza en Prusia con el fin de evitar las revoluciones que estaban sucediendo en Francia. Los monarcas adoptaron algunos principios de la Ilustración para entretener al pueblo y mantener la estabilidad del régimen absolutista. Existía una fuerte división de clases y castas por lo cual, a través de la educación, se fomentaba la disciplina y el régimen autoritario de un modo eficaz, a pesar de las diferencias sociales. Lo que se buscaba era un pueblo dócil y obediente que se preparara para la guerra, creando súbditos para el poder monárquico.
Con el paso del tiempo, el modelo se expandió a nivel internacional, levantando la bandera de la igualdad y de la educación para todos, aún cuando su corazón mismo provenía del despotismo y buscaba perpetuar los modelos elitistas y la división de clases.
La escuela nace en un mundo positivista, regido por un modelo industrial. Por esto mismo se busca obtener con ella los mejores resultados observables con el menor esfuerzo e inversión posibles, aplicando formulas científicas y leyes generales. Los mismos dueños de las industrias fueron quienes financiaron las escuelas a través de sus fundaciones. La idea era crear obreros inteligentes al servicio de los dueños de las industrias, formando trabajadores útiles para el sistema; y que la cultura permanezca igual y en constante repetición, conservando así la estructura actual de la sociedad.
La educación de un niño era comparable a la manufactura de un producto; por lo tanto, requería un orden: separar al niño en generaciones y grados escolares, proponer contenidos homogéneos que aseguren el éxito, tests estandarizados, sistemas de calificaciones, sistemas de premios y castigos, un docente por año y por materia, formación en fila de menor a mayor, recreos que terminan con un timbre como de fábrica, horarios estrictos, encierro, separación de la comunidad; en definitiva, aprender todos de la misma manera, en un mismo tiempo y con un resultado exitoso a través de un claro sistema verticalista.
El sistema tradicional está basado y estructurado en la lógica del sistema capitalista. Una educación hegemónica que mantiene intacto su statu-quo. La base del sistema promueve el individualismo, el éxito y la competencia, generando así un sistema de exclusión social que selecciona a las personas que llegarán a la universidad y formarán parte de las clases medio-altas de la pirámide social. Los que no pasan esos estándares (es decir, los que no aprenden), son las personas que terminan realizando los trabajos precarios y mal pagos en la sociedad.
Así planteada, la escuela no tiene capacidad para responder necesidades individuales, ni para preocuparse del ser humano como individuo, ni para fomentar, descubrir o desarrollar sus capacidades y creatividad.
UNA NUEVA ESCUELA EN CAMINO
En el siglo XVIII pensadores y filósofos comenzaron a criticar la escuela tradicional y el objetivo político de la misma. Rousseau (1712-1778) autor del Emilio y El contrato social, desarrolla en sus obras ideas que son centrales como respuesta a la necesidad de formar un nuevo hombre para una nueva sociedad. Desafía las ideas conservadoras establecidas en la Europa monárquica del momento y plantea la necesidad de una nueva educación para un nuevo orden político. La educación se debería centrar en a quién se está enseñando (el niño, con sus intereses y necesidades) y no en qué se enseña (una materia).
John Dewey (1859-1952), filósofo contemporáneo, propuso que la escuela debería ser un motor fundamental de reforma social y democratización de la sociedad. La base de su teoría es antropológica y psicológica: considera la vida como la razón de ser del ser humano en la sociedad. Basado en estas ideas surge, hacia fines del siglo XIX en Europa, un gran movimiento reformista que cuestiona la pedagogía tradicional y propone una escuela nueva, basada en la utilización de métodos activos para despertar el interés del estudiante y resaltar la enseñanza activa y objetiva. Nace como una alternativa pedagógica que une voluntades y esfuerzos: un encuentro entre profesores y padres de familia.
Surgen así, escuelas experimentales basadas en diferentes métodos. Uno de los primeros fue el Método Montessori, basado principalmente en actividades motrices y sensoriales. De todos los métodos activos, es quizás el que mayor difusión alcanzó, siendo hoy un método universal. De esta manera, se fueron propagando por el mundo diferentes métodos y escuelas experimentales autogestivas, siendo muy conocida en nuestro país la pedagogía Waldorf, entre algunas otras.
MASIFICAR LAS OPORTUNIDADES
¿Cómo hacer para que estas experiencias pedagógicas, que promueven cambios paradigmáticos, no sean burbujas aisladas dentro de un sistema social y político que tiene otra lógica de valores, y que está concebido para personas con una educación que los preparó para mimetizarse en ella y aceptarla? ¿Es posible llevar estas experiencias al campo popular, a la matriz del Estado, para lograr así una verdadera igualdad de oportunidades? El doctor en antropología e investigador del CONICET, Alejandro Grimson, plantea:
En general estas escuelas “no tradicionales” son frecuentadas por niños que han heredado un capital cultural que coincide con la propuesta educativa de estas instituciones, tanto en términos de contenidos como de modelo de trabajo pedagógico y sus condiciones sociales y culturales de existencia no son fáciles de generalizar, es decir llevarlas al plano de la institución estatal.
El desafío, entonces, es pensar cómo generar cambios paradigmáticos dentro de la institución pública estatal. ¿Qué se debe enseñar, a quién y para qué?
La escuela tradicional reproduce la cultura hegemónica. Según el filósofo italiano Antonio Gramsci, la hegemonía es un proceso de dirección política cultural de un grupo social (nacional o internacional) sobre otros segmentos sociales subordinados a él. A través de la hegemonía, un grupo social colectivo logra generalizar su propia cultura y valores para otro. En tiempos de Gramsci la principales instituciones de hegemonía eran la escuela y la iglesia. En nuestra época, son los medios de comunicación masiva, aunque la escuela sigue siendo un gran reproductor de la cultura hegemónica. El filósofo argentino Walter Kohan plantea:
La educación tiene una tensión muy grande entre reproducir y transformar, ya que toda educación de alguna manera trasmite la cultura, entonces se genera una tensión de cómo insertar al niño en lo que se piensa de la tradición de la cultura, pero cómo insertarlo de una forma que no reproduzca eso, sino de otra forma.
Algunos sectores opinan que la escuela debe formar para el trabajo, o sea, para la inserción en el sistema; y que el desempleo es la culpa de la mala calidad de la educación. ¿La escuela debe plegarse a las exigencias y demandas de un mercado de trabajo excluyente, injusto e, incluso, explotador, que demanda mano de obra competente y dócil? ¿Son los empresarios o los tecnócratas los que deben decidir lo que la escuela debe enseñar? Grimson plantea que el tiempo y la lógica del sistema escolar son estructuralmente diferentes de los tiempos y lógicas del mercado de trabajo. La escuela no debería formar un “recurso humano” ya que los hombres son mucho más que recursos. Entonces, ¿qué debería enseñar la escuela pública y obligatoria? En este sentido, afirma:
En todos los casos, las habilidades expresivas en el sentido más amplio –orales, escritas, gestuales; saber qué decir y cómo decirlo, en qué momento decirlo- resultan fundamentales para desempeñarse bien (…) Quien tenga una sólida formación en competencias básicas estará en condiciones de seguir aprendiendo toda la vida”
El pedagogo francés Philippe Meirieu, en la conferencia que dictó en nuestro país en el año 2013, afirma que se debe crear una pedagogía de la elección, una formación para la elección. Según él:
Una escuela que no forma a los más desfavorecidos para elegir algo en su vida, su futuro, una escuela que no los ayuda a hacer elecciones acerca de su vida personal y profesional; tampoco los va a formar para que hagan luego elecciones políticas y ciudadanas, (…) para esto es fundamental facilitar a los excluidos, no sólo el acceso a los bienes materiales, sino que también es necesario luchar por la igualdad de acceso a las formas simbólicas; y por ende a las formas de expresión artísticas y culturales.
EDUCACIÓN Y POLITICA
Lo que se plantea es si la escuela puede tener un objetivo emancipador, que no reproduzca verdades de una cultura dominante, sino que enseñe al alumno a pensar, reflexionar y elegir verdaderamente en libertad, para que luego éste pueda generar un cambio social. Entonces, ¿la educación puede estar separada del proyecto político de un país?
Grimson, junto al licenciado en ciencias políticas Emilio Tenti Fanfani, en su libro Mitomanías de la Educación Argentina afirma:
La cuestión escolar es objetivamente una cuestión política porque tiene que ver -nada más y nada menos- con el desarrollo del capital de las personas. El conocimiento se ha convertido en un capital, es decir en una riqueza que produce otra riqueza cuya posesión define cada vez más la posición (política, social, etc.) que los grupos ocupan en la sociedad. Esto, evidentemente, a algunos (los dominantes) no les conviene. (…) La escuela no debe preparar para someterse a un mundo injusto, sino que debe enseñar a comprender, criticar, resistir, reformar y mejorar la sociedad en que vivimos. Desde este punto de vista, no es una simple “variable dependiente” del sistema productivo social, político y cultural, sino que debe verse a si misma como una institución que contribuye a construir el mundo del presente y del futuro, por esto todos los actores sociales tienen derecho a hacer oír su voz para definir “el programa escolar”.
En esta línea, la teoría pedagógica de Paulo Freire plantea al educando como sujeto político protagonista. Freire aporta un método para trabajar pedagógicamente los conceptos gramscianos, afirma Claudia Korol, una de las principales referentes de educación popular en Argentina, quien también plantea:
La Educación popular es la pedagogía de la pregunta: ¿partimos de certezas o de preguntas sobre el mundo que queremos transformar? La relación entre educador y educando es dialogo pedagógico. Revolucionar el método pedagógico al mismo tiempo que la concepción política es una necesidad, y tiene que ver con la dialéctica de contenido y forma. Hay muchas organizaciones que cambian el contenido, hacen una crítica al sistema, pero reproducen su metodología en la forma de relacionarse con el sujeto. Un sujeto que se constituye como actor de la historia.
No es educación para los oprimidos, es de los oprimidos”
EDUCACIÓN DE ABAJO HACIA ARRIBA
Volviendo a la pregunta inicial, ¿se puede generar un cambio radical en la educación sin que esté relacionado con lo político, con el tipo de sociedad que queremos: una sociedad más justa, equitativa y solidaria?
Las organizaciones de base brindan un gran aporte al respecto. Los bachilleratos populares, las escuela públicas de gestión social; plantean, dentro de sus diferencias, un cambio paradigmático en la educación: donde se plantea otra pedagogía, donde se busca transformar la realidad, injusta y excluyente, en contraposición con el modelo hegemónico; donde se busca plantear un uso diferente del tiempo escolar y otra relación con los alumnos; donde los docentes tienen una identificación y pertenencia institucional y trabajan en equipo con sus colegas de otras áreas; donde el proceso se da de abajo hacia arriba, teniendo experiencias autogestivas, horizontales, con participación activa de la comunidad; donde padres, alumnos, docentes y militantes sociales participan de la experiencia educativa sin dejar de exigirle al Estado la responsabilidad que tiene sobre la educación, garantizando su funcionamiento con salario y estructura.
Hoy en día los bachilleratos populares con experiencia en Buenos Aires y las escuelas públicas de gestión social, como la que sostiene en Bariloche la Fundación Gente nueva, están teniendo un reconocimiento mayor desde el Estado, aunque todavía faltan políticas que terminen de reconocer estos procesos. ¿Se podrá trasladar estas experiencias a las escuelas públicas estatales? ¿Es posible unificar toda la educación, habiendo tanta diversidad de culturas, clases e intereses? ¿Es posible realizarlo sin un cambio en la formación docente y, sobre todo, en la conciencia de cada uno de los ciudadanos?
Grandes preguntas de las que no sabemos las repuestas y que darán lugar a luchas y debates en los tiempos venideros. Lo que sí sabemos, y afirmamos, es que acceder a la escuela pública y gratuita es un derecho que tiene cada uno de los ciudadanos de este país y que dependerá del conjunto de la sociedad hacer que en ellas se replique la desigualdad reinante o se emancipe a los educandos generando una sociedad más justa. Lo que elijamos será en gran medida el reflejo del mundo que tendremos.
¿Educación = Igualdad?
Siempre se ha dicho que el acceso a la escuela genera igualdad entre las personas, pero ¿el sólo hecho de concurrir a ella nos iguala? ¿Es lo mismo el acceso a la escuela que a los conocimientos? Según las teorías liberales: si todos accedemos a una educación, partiríamos todos de una misma base y de ahí cada cual obtendría lo que es “justo” según su esfuerzo y/o capacidad. Esta afirmación esconde una realidad a medias ya que la adquisición de conocimientos, es decir, entender, razonar, memorizar, concentrarse; no son acciones que pueda realizar un niño si no tiene sus necesidades básicas cubiertas (nutrición, contención, cobijo, etc.) y un entorno que ayude y estimule su desarrollo. Los sociólogos Pierre Bourdieu y Jean-Claude Passeron sostienen que la desigualdad de clases se replica intacta en el campo educativo.
En Argentina, la pedagoga Cecilia Braslavsky mostró que los tests para ingresantes a primer grado, asociados al contacto con elementos de la cultura escolar, discriminaban por origen social y nivel educacional de los padres, haciendo que los niños de los sectores populares aparecieran como poseedores de menor capacidad y de rendimiento más bajo.
Cecilia Rosembreg, coordinadora de “Oscarcito”, un programa de desarrollo lingüístico y cognitivo dependiente del CONICET; plantea que los padres de sectores medios llevan a cabo muchas situaciones de enseñanza informal, mientras que las familias de los grupos más pobres no pueden generar por sí mismos esas condiciones. Según ella “ los chicos de hogares más pobres no han participado de ninguna situación de lectura, mientras que en los sectores medios participan de hasta de 6000 situaciones antes de su ingreso a la primaria”. En su programa se plantea trabajar con familia y docentes en el jardín de infantes para acortar estas diferencias.
El educador y pedagogo argentino, Juan Carlos Tedesco, afirma que “el desafío de la educación pública es superar el determinismo social de los resultados de aprendizaje, que está asociado al peso de las condiciones materiales de la vida de los alumnos”. No pueden lograrse buenos resultados educativos sin intervenir sobre la pobreza y la exclusión. La educación, por sí misma, no soluciona las desigualdades sociales estructurales. Aunque, al mismo tiempo “la educación de calidad para todos constituye una condición necesaria para la construcción de sociedades más justas” afirma Tudesco.
Lo que hay que evitar, si queremos una sociedad más justa, es que existan escuelas para ricos y otras para pobres, lo que Grimson y Fanini plantearon como segregación; y que no haya diferentes circuitos de escuelas, a lo que ellos llaman segmentación. Estos autores afirman que, para que exista una sociedad más igualitaria, las condiciones que se deben dar son: que la educación ofrecida sea similar y adecuada para todos, administrar los recursos en función de quien más lo necesita, y aplicar enfoques pedagógicos adecuados a las características sociales y culturales de los educandos.
Por lo tanto, si bien la escolarización se democratizó y a los alcanza ahora a los más excluidos, no es condición suficiente para lograr la igualdad si los conocimientos siguen concentrándose en los sectores más privilegiados.