Este viernes 8 de mayo, como todos los segundos viernes del mes, La Llave y Usinas Culturales invitaron a un espectáculo de arte, cultura y encuentro en la Escuela Municipal. Afuera llovía, pero adentro, las congas a manos de Carlos Casalla y el grupo del Taller Angelelli y la Dieter Blues Band hicieron olvidar el otoño barilochense y pensar que hacer espectáculos libres, gratuitos y colectivos, vale la pena.
La noche comenzó con una interpretación de Que suenen los tambores, de Osmani Espinosa, por, Verónica Feldman, tallerista de Usinas, programa que pertenece a la secretaría de Cultura de Río Negro, oportunamente acompañada por el reconocido percusionista Carlos Casalla. “Que suenen los tambores, que suenen, no se trata de velocidad, sino de resistencia para lograr lo que se quiere”, recitaba Verónica como enunciando una consigna que podría ser la que subyace a todo hacer cultural en Bariloche: resistir y perseverar.
“Está buenísimo este ciclo. Habría que vitalizarlo, darlo a conocer. Tendría que haber más circuitos, más lugares para tocar así, y tendríamos que pensar y buscar la manera de que la gente se acerque y se apropie de esto” opinó Pablo Juni, baterista de la Dieter Blues Band. En eso está Usinas Culturales, según informó Nancy González, coordinadora del Programa. Este ciclo anual surge con la idea de coordinar “una tarea en conjunto con La Llave: traer un espectáculo por mes con los chicos de algún taller que están dando sus primeros pasos artísticos, y que compartan escenario con algún artista renombrado”. En esta ocasión, Tuncha, el flamante grupo musical del taller del Angelelli, a cargo de Carlos Casalla, tuvo la oportunidad de compartir escenario con la Dieter Blues Band, conformada por Diego Barrientos, Pablo Juni y Raúl Carrasco, tres músicos conocidos y con trayectoria en la zona. Los talleres son un “espacio muy importante de intercambio. Llegar a armar un espectáculo para mostrar en el escenario, creo que es lo mejor que les puede pasar, porque el objetivo es que salgan artistas” agregó González.
Tuncha tocó varios temas, acompañados del Ezequiel, el bailarín que convirtió la distancia entre el escenario y las butacas en pista de baile. Cuando todos se sumaron al baile, Tuncha los dejó con ganas, dando lugar a la Dieter Blues Band que arrancó con Completamente Nervioso de Pappo, y siguió con temas propios.
Para Carlos Casalla “lo más importante es que muchos chicos que están en la calle sin nada que hacer, tengan un espacio para convivir con pares, sean de la misma edad o no, haciendo algo que les guste, que los motive, que les muestre otra realidad, que no es sólo la del barrio. La cultura a mí por lo menos me salvó –y creo que a muchos les puede pasar– de caer en problemas que se pueden evitar”. Esta preocupación, es la que tienen muchas madres y padres, como Romina, madre de Ezequiel, quien compartió su experiencia: “si no existieran los talleres de Usinas, eso induciría a que mi hijo estuviera o todo el día encerrado en la computadora o se me fuera a la calle. Todas estas actividades le dan la oportunidad a ellos de valorar las cosas, dialogar con otra gente y conocer otros valores”. La prueba de esto estuvo bailando frente a un público desconocido al ritmo de Tuncha durante más de media hora.
El objetivo de Usinas Culturales está claro, pero es interesante cuando los proyectos crecen y empiezan a proponerse nuevos objetivos. Cuando la cultura desborda, y excede el propio espacio del taller. Cuando se proyecta hacia el futuro en la vida individual de las personas, pero también se expande en sincronía con la comunidad. Este intercambio se vive desde el adentro del taller, tal como explica Martina, vecina del barrio Unión y miembro de Tuncha, que va a los talleres, donde aprende “muchas cosas, lo que yo sepa les ayudo a enseñar a ellos y ellos me enseñan lo que yo no se. Así que intercambiamos ideas, y para trabajar”. Pero también hay un intercambio hacia afuera, hacia la comunidad. Estas son experiencias que dejan una marca. “Que la gente que viene a los talleres pueda llegar a la situación de mostrarse y compartir el escenario, con todos los nervios y el susto que le puede llevar es una experiencia particular. Alguien que se animó, lo vivió, entiende qué pasa” manifiesta Juni. Lo mismo pasa con las dos organizaciones, La Llave y Usinas Culturales que se animan a armar un ciclo en conjunto. Igual que las personas que se animan a compartir un espectáculo un viernes por la noche junto a talleristas aficionados, músicos profesionales, artistas y trabajadores de la cultura.
La experiencia de compartir un evento cultural gratuito, inclusivo y de calidad artística, también deja una marca, modifica el horizonte de expectativas y de posibilidades de una comunidad. Así que sólo es cuestión de “que suenen los tambores, que suenen, no se trata de velocidad, sino de resistencia para lograr lo que se quiere”.
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