Anoche hubo luna llena. No dormí bien. Di vueltas toda la noche y mi hermana Joana me pateaba para que me quedara quieta. No me siento bien ahora, tengo sueño y me duele la panza. Pero es sábado: capaz veo a Gabriel.
La negra tampoco pasó una buena noche. La escuchaba quejarse y retorcerse. Más de una vez estiré la mano medio dormida y la acaricié desde mi cama. Está embarazada. No sabemos cuantos cachorritos tiene adentro, pero la panza esta enorme y ya se mueve con dificultad.
Hoy toca salir temprano para el comedor “Pancitas llenas”. Mamá es la responsable de los sábados y Joana y yo tenemos que ayudar. Asíque me levanto y me pongo la remera de Violeta que lavé ayer. ¿Irá Gabriel al comedor? Se me cierra la panza cuando pienso en él. Mi Mamá dice que soy muy chica, pero ya tengo 11 años y me imagino un montón de cosas con Gabriel. Voy hasta la cocina. Preparo mate cocido para las tres. Si Joana no se levanta rápido Mamá se va a enojar.
Mientras sirvo las tres tazas veo a Mamá volviendo de afuera con los brazos repletos de leña. Es la rutina de los sábados: Mamá prende la salamandra para que la casa no esté tan fría cuando se levantan Papá y mis hermanos.
- Buen día Paola – me dice -. Salimos en 10 minutos. Despertá a tu hermana.
Voy hasta nuestra cama. Le digo a Joana que se despierte, la sacudo y por último la destapo. Pero la única reacción de mi hermana es dar una patada al aire y volver a taparse. Tiene olor a alcohol, y cuando eso pasa, Joana no se levanta hasta tarde.
Vuelvo a la cocina. Mamá está sentada y no dice nada. Tiene las cejas juntas, como cuando se pelea con Papá. Mira hacia la ventana, y toma el mate cocido. Yo tomo un poco, pero no me siento bien, prefiero no comer.
Salimos Mamá, la negra y yo rumbo al comedor. Es una mañana soleada, pero fría, bien fría. Cayó helada durante la noche y la tierra está congelada. Ya va a levantar la temperatura.
Llegamos hasta el terreno de Susana. El comedor funciona en la casa de madera que antes era su casa, antes de que construyeran la de material en el fondo. Lo bueno es que como está cerca de la ruta, el comedor tiene gas. Mamá abre la puerta y entramos.
La negra se echa al sol. Sabe que tiene prohibida la entrada. La panza es más grande que ella. Pienso que ya no falta mucho para la llegada de los cachorros. Debe tener hambre.
Mamá pone una pava y dos ollas al fuego. Las tres son enormes y cargan mucha agua. El menú es primero mate cocido con galletitas, y para el mediodía un guiso de fideos. Mamá trajo un cacho de pollo y seguro alguna de las señoras va a traer algo de verdura.
Rápido, temprano, como siempre, van llegando los chicos. Al ratito llegan los estudiantes que ayudan con el apoyo escolar. También llegan Susana, Marta y Carina, que trabajan en la cocina. De pronto el comedor está lleno. El único que no vino es Gabriel. Capaz se acerca más tarde para comer.
Yo ando medio lenta, y mi Mamá me dice que me apure, que hay que sacar rápido el mate para que no se junte con el guiso, que si no voy a ayudar que me vuelva para casa con la perra esa que trajiste. Pienso que me estoy tragando un reto que es para mi hermana. Me acuerdo de la negrita y le saco unos panes. Se los come sin respirar.
Vuelvo a entrar pero me acomodo en una silla que está al lado de la cocina. No me siento bien. Me duele la panza. Miro como los chicos hacen su tarea, algunos no hacen caso y los estudiantes no saben mucho que hacer.
Desde la cocina llegan algunas risas de las mujeres, pero al ratito, las voces cambian de tono.
- Me dijo el empleado que era el último mes del subsidio, me lo dijo a mí, no es que me lo contaron Susana – dijo mi Mamá.
- ¿Pero cuándo te lo dijo? – preguntó Susana.
- El martes, que fui a cobrar y me dijo eso: que era el último, que la provincia ya no nos iba a dar más plata.
- Pero ¿qué te dijo? ¿te dijo por qué? – volvió a preguntar Susana.
- Lo que decía ese empleado es que el estado ya no va a financiar más comedores –explicó mi Mamá -, que a nosotras nos siguieron dando un tiempo más que a los otros, que agradezcamos eso. Pero que ahora tenían la idea de que las familias comieran en sus casas, que basta con esto de comer en los comedores.
- Osea que el estado nos financian cuando quieren y nos desfinancian cuando quieren – comentó Susana enojada.
- Es la historia de siempre, hacen lo que quieren, y la plata se la guardan para la política – dijo Marta.
- Bueno pero quizás es mejor que las familias coman juntas – dijo Carina.
- ¿Mejor para quién? – preguntó Susana elevando la voz.
- Tenemos que ir a hablar con Yolanda y Marcela, para ver qué les dijeron a ellas – dijo Marta. – Y ver qué están pensando hacer desde los otros comedores del barrio.
- Uh, pero ir a hablar con Yolanda… ¿te parece? – preguntó Carina. – Es un dolor de ovarios esa mujer…
- ¿Alguien vio a Gabriel? – pregunta Mamá.
- ¿Hoy había reunión de referentes y Juntas Vecinales? – preguntó casi al mismo tiempo Susana.
Se hizo un silencio. Estaban preocupadas. Se escuchaba el guiso hirviendo y ya se sentía el olor a salsa, a pollo, a orégano. Se me cierra el estómago. Cualquier otro día se me hubiera hecho agua la boca. Hoy no puedo ni pensar en el guiso.
Sale Mamá de la cocina. Me ve sentada y me tira con la mirada.
- Paola, ¿qué estás esperando? Acá trabajamos todas.
- Es que no me siento bien.
- ¿Qué tenés?
- No sé, me duele la panza.
- Bueno, anda al baño.
No es una mala idea. Además me gusta el baño del comedor. Voy. Me siento en el inodoro. Y me asusto: en mi bombacha hay una mancha roja. Se me pone en blanco la mente y siento un montón de preguntas. ¿Qué es eso? ¿Es sangre? Hoy al mañana tenía una mancha marrón, pero esta es roja, es de sangre. No entiendo, es ¿eso? A una chica de la escuela le pasó y decía que se puso una toallita y que ahora era una mujer. ¿Qué significa que ahora es una mujer? ¿Antes qué era? ¿Me van a crecer las tetas como a Joana? Me acuerdo que la negra también perdió sangre antes de quedar embarazada. Tengo que hablar con Joana. Qué feo, no quiero hablar con ella de esto. Agarro un montón de papel y me lo pongo en la bombacha. Salgo del baño. El papel me raspa y camino con las piernas un poco abiertas. Me siento rara, y contenta, y me sigue doliendo la panza. Miro a Mamá. Está sacando platos de guiso de la cocina.
- Mamá… –
- Ahora no puedo Paola. Esperame un cachito. O andá para casa si te sentís mal. Al final ninguna de las dos ayuda.
Otra vez el reto que no es para mí. Pero aprovecho lo que dice, agarro más pan para la negra y salgo. Justo está llegando Gabriel. Verlo me hace transpirar. Estaciona la moto y se acerca con una sonrisa.
- Hola Paolita, ¿cómo estás? – pregunta.
- Me estoy yendo a mi casa.
- ¿Pasó algo chiquita? – dice acariciándome el pelo.
- Nada, nada – me apuro a decir.
- Bueno, entro porque traigo noticias importantes de la reunión.
Me da un beso en el cachete, sonríe y abre la puerta del comedor. Muerdo mis labios mientras camino rápido. Va a pensar cualquier cosa de mí. Me gustaría quedarme y servir algunos platos para estar cerca. Me encanta hablar con él. Pero hoy no puedo, no de esto. Tengo que ir para mi casa. Y hablar con mi hermana.
Llego a casa. Joana sigue durmiendo. Trato de despertarla, pero no se mueve. Reviso su estante, ella tiene una caja con cosas de mujer. Está vacía. Me siento en el piso. ¿Qué hago? ¡En el cajón de Mamá hay algodón! Me saco el papel higiénico manchado y me pongo algodón. Es más cómodo.
Salgo de la casa. Me siento al sol, al lado de la negra y su panza. Pienso que hoy no es un día como cualquier otro. Tengo muchas preguntas, pero mi hermana duerme, y mi Mamá trabaja. Voy a esperarlas. Seguro esta noche hay luna llena también. Quizás llegan los cachorros. Acaricio a la negra. Se retuerce. La abrazo y le doy un beso. Estoy contenta. Vamos a ser mamás dentro de poquito.
por Florencia Taylor