En el año y medio de pandemia se registró una deserción escolar significativa en el nivel secundario. Las adolescencias aisladas de sus pares, sin contención de la escuela y con una presencia tenue de los referentes adultxs -atravesados por sus propias problemáticas acentuadas por la pandemia-, se tuvieron que arreglar como pudieron. En este contexto, el trabajo en territorio se vuelve vital para contener a las pibas y pibes que se quedan fuera de la educación formal.
Conversamos con la psicóloga Florencia D’Albo del centro barrial El Semillero Vientos de Libertad que nos cuenta cómo intentan revertir esta situación acompañando a las juventudes en la construcción de un proyecto de vida.
En tiempos de Covid, las juventudes quedaron a la deriva. Si bien las medidas sanitarias fueron acertadas, el gobierno no desplegó los recursos necesarios para contener el costo de esas decisiones. Muchxs estudiantes no tenían conectividad, otrxs perdieron el ritmo de estudio, o se tuvieron que hacer cargo de sus hermanxs menores, o se acostumbraron a estar encerradxs y les resulta difícil volver al aula cuando todavía hay nuevas cepas al acecho.
Hace más de diez años que El Semillero -Vientos de Libertad- trabaja en el barrio Nahuel Hué. Este centro forma parte de una rama del Movimiento de Trabajadores Excluidxs (MTE) que aborda el consumo problemático de sustancias-. Muchos pibes y pibas llegan por un amigo o amiga que les contó sobre el espacio. También reciben derivaciones de las escuelas, del Bachillerato Popular, de la SENAF -Secretaría Nacional de Niñez, Adolescencia y Familia- y de las salas de salud. También las familias del barrio se acercan a preguntar porque sus hijos e hijas atraviesan una situación de consumo o dejaron la escuela.
En una primera entrevista Florencia escucha las inquietudes que traen las pibas y los pibes y les cuenta como se trabaja en este espacio. Ellos y ellas eligen uno de los talleres: carpintería, artesanía, herrería o panadería y se comprometen a participar en las asambleas, en las jornadas comunitarias, a compartir los almuerzos y a sostener el cuidado del lugar.
Así como hay un encuadre para todos y todas, también existe un margen para acompañar el proceso singular de cada unx. La tarea de Florencia consiste en habilitar la conversación individual donde las juventudes hablan de sus modos de transitar este nuevo espacio en conjunto con otrxs. Muchas veces soy yo la que tracciono los encuentros -explica Florencia- y hablamos de lo que le pasa a esa persona con otra, la invito a poner en palabras lo que siente y a comunicárselo con respeto, así como también a ponerse en el lugar del otrx y comprender que a esa otra persona le pasan cosas también. Insisto en cuidar el espacio que comparten, en que cada historia particular está entretejida con otras y que es lo colectivo lo que nos sostiene.
Los pibes y las pibas que se comprometen con el proyecto se suman a las unidades productivas del Semillero donde no solo se realizan productos sino que también aprenden a comercializarlos y reciben un retiro por esta labor. En esta instancia incorporan conocimientos de economía popular que vehiculizan la posibilidad de obtener otros trabajos o desarrollarse en un oficio.
La tarea clave del Semillero -dice Florencia- es generar el espacio para que las juventudes se pregunten quiénes son, qué quieren hacer y se reconozcan en sus capacidades, apoyándose en eso que les gusta, que le sale bien, y esto en vínculo con otros, tejiendo lazos que permitan pensarse parte de un colectivo. En esta construcción de un proyecto de vida también está la consigna de pasarla bien. Pasarla bien es un derecho que se puede ejercer sin exponerse a riesgos o lastimarse, aprendiendo a cuidarse y a cuidar a otrxs.
Solo en las dos semanas más álgidas de la pandemia El Semillero estuvo cerrado. Luego abrió sus puertas para retomar las actividades de los talleres y repartir los módulos alimentarios para los vecinos y vecinas del barrio. Esta presencia -durante todos los días de la semana- reforzó los lazos con la comunidad. Ahora alrededor de 60 pibes y pibas de 14 a 26 años son parte del dispositivo, además de las familias y los referentes afectivos que de un modo indirecto se ven atravesados por lo que sucede ahí dentro.
“Prevenir -según el sociólogo Alberto Calabrese- no se trata tanto de llegar antes sino de estar ahí. La prevención es la transformación de las condiciones de malestar o sufrimiento. Esta transformación se vincula con la construcción singular y colectiva de sentidos vitales posibles”.
La labor de los centros barriales no es cuantificable. No se puede medir los suicidios o los consumos problemáticos que se evitaron alojando a chicos y chicas en actividades que lxs motivaron a imaginar un futuro. Es una tarea que pone en valor sus derechos y que resulta imprescindible justamente por permanecer en los márgenes, en aquellas zonas donde el estado no alcanza a estar presente.
Por Verónica Battaglia
Cooperativa de Comunicación Popular Al Margen