Hoy es día de salida pero el destino no lleva a bares, a la montaña o al trabajo. La salida en estos tiempos se redujo a ir a Bustillo a comprar alimentos. Si bien nunca me gustó el acto de comprar, hoy está siendo reivindicado por casi todes. Es que es una de las pocas experiencias en la que se puede socializar en estos tiempos de pestes. Aunque estemos a dos metros de distancia del otre, usemos sobre nuestros rostros máscaras, barbijos o pasamontañas y no de para un abrazo ni en pedo. Es como vivir en el mundo árabe al menos un ratito.
“Yo soy impar”, se dicen los vecinos con un necesitado sentido de pertenencia a alguna trinchera. Te lo marcan como si fuera su apellido. “Es que soy par, entonces aproveché hoy para ir a la ferretería”. Pero salir no está tan fácil. Hay que pasar previamente por el ritual sanitario, y cada familia tiene su vara de desinfección más o menos alta.
Los guantes, elegir el mejor barbijo para la ocasión (ahora que finalmente aparecieron los barbijos con diseños), el gel y el beso con el “cuídate” en los labios como si fueras a la guerra. Me despido con un irónico “si no vuelvo, quemá todo” y encaro caminando, para tardar más hasta Bustillo, mientras le pido al Gauchito Gil que me encuentre con algún conocido en el camino, aunque sea para conversar. Pero los santos no escuchan este tipo de plegarias o están ocupados con otras.
Llego al supermercado y la cola es moderada. Una veintena de personas estoicas aguantan el frío, la espera y la inflación que no dan tregua. Muchos de los que salen con los changos llenos de mercadería cumplen una especie de ritual antes de poner los artículos adquiridos en el baúl. Algunos rocían con alcohol sus compras, otros se rocían a ellos mismos y los más ortodoxos a todo lo que tengan cerca.
Mientras espero que la fila avance infructuosamente me dan ganas de estornudar, debido a una alergia crónica matutina que soporto todos los días, pero me lo reprimo por temor a las represalias o pensamientos oscuros de mis vecinos de la cola que con seguridad comenzarán a mirarme de reojo y alejarse pasito a paso lo más posible. ¿Al alérgico se lo discrimina en estos tiempos? ¿Qué pensará el INADI, al respecto?
Después de un rato de espera, el muchacho de seguridad mira la terminación impar de mi DNI (a esta altura casi una afiliación partidaria) me rocía antes del ingreso y entro al palacio del consumo. El recorrido es el mismo que casi siempre: primero las góndolas de ofertas, después la búsqueda de lo puntual que fui a buscar y por último algún gustito o pedido especial que fue traccionado y pedido reiteradamente en casa. Sigo sin entender por qué las góndolas de librería están cerradas. ¿Si sabemos que no hay colegio y les niñes tienen que hacer la tarea en casa, y además utilizan mucho de su tiempo libre dibujando y escribiendo, con qué se suponen que los hagan? ¿Esos no son artículos de primera necesidad? En fin…
Cada uno vive el aislamiento como puede a esta altura cuando el almanaque desnuda la quinta hoja del año. Cada familia es un mundo y cada mundo tiene su idioma. Están las que respetaron la cuarentena con una disciplina digna de una ermitaña y están los que no les modificó mucho su vida cotidiana. Definitivamente es diferente pasar la cuarentena solo, a pasarla con 3 niñes bajo un mismo techo. Alguna sin tele y otro con todas las tecnologías posibles. Algunas sin poder ir a laburar y otros afortunados haciéndolo desde casa.
Cuando las salidas son en auto al pueblo sabes que además de todas las pautas de higiene y cuidado tenés que llevar la cantidad mayor de permisos y excepciones posibles ya que nadie sabe a ciencia cierta cuál de los permisos, excepciones o declaraciones juradas sirve actualmente. Es como jugar al truco y no tener bien en claro si vale más el ancho de espada o el de basto. En lo personal atesoro, después de gestionar pacientemente, un abanico: el permiso Municipal, App Provincial, autorización de nuestra organización social, la tramitada y sellada en la policía cercana a mí domicilio, o el mal llamado y anacrónico certificado único de circulación. A veces solo con presentar la terminación de tu DNI alcanza, pero nunca se sabe y cada retén está lleno de sorpresas.
De todas las fuerzas de seguridad que están en las calles haciendo controles los más temidos y minuciosos, al menos por quién suscribe, es Prefectura. Para algunos agentes pareciera que sos sospechoso de algo hasta que no demuestres lo contrario. Hay otros en los que básicamente te desean suerte y te repreguntan reiteradamente si realmente es necesario que vayas al pueblo.
Viendo la mitad del vaso lleno, una de las pocas cosas positivas que tiene esta pandemia para los barilochenses que tienen vehículo, es que se tarda la mitad de tiempo para llegar a cualquier destino. Tuvo que venir una pandemia para solucionar el problema de circulación y embotellamiento vehicular cotidiano o darnos la posibilidad de viajar sentados en el transporte urbano.
Vuelvo a casa hora y media después invicto de saludos. Me preguntan atentamente (mientras me rocío nuevamente antes de entrar a casa) cómo me fue, cómo si viniera de correr el Paris Dakar o un fin de semana en Tijuana. Como todos los días, mientras tomamos unos mates vespertinos actualizo los sitios digitales de noticias y me centro principalmente en dos cuestiones que a veces poco tiene que ver con la noticia relatada. La primera es las formas de titular de algunos medios que nunca termina de sorprenderme. Entre la intencionalidad política y la brutalidad profesional hay para hacerse un festín. La segunda cuestión que leo con detenimiento son los comentarios de los lectores. Y en la viña de la opinión hay uvas de todos los colores y comentarios para todos los gustos. Debe haber más contrapuntos que compatriotas para cada tema.
Eso me lleva a preguntarme si en los novedosos aparatos con los que te miden la fiebre será posible que estipulen el porcentaje de paranoia que tiene cada persona, o cada familia. ¿O cuánto de negligencia atesoramos? ¿O cuántos son los que ven detrás de El Covid 19 teorías conspirativas a escala mundial? Con respecto a estos últimos me brota una pronta virulencia hacia esas personas que a esta altura ven por ejemplo que la cuarentena es un invento para controlar a los pueblos y alienar a los individuos (¡y sin ayuda del fútbol!).
Hasta este instante el chobi infectó a 77 barilochenses, de los cuales solo 25 permanecen activos. La famosa curva de casos a nivel nacional no aparece y la espera se hace más larga que la ruta del desierto. Hablan de que comienzan las clases en septiembre, el fútbol en diciembre y los barbijos hasta el 2022 con una naturalidad que espanta o que como mínimo no termino de asimilar. Miro el cuadro con las estadísticas de casos nacionales e internacionales como si fuera la tabla de descenso del fútbol local, analizo los países más comprometidos, los que estuvieron en la zona roja y hoy están mejor y los más comprometidos: Brasil y EEUU principalmente. Trato de asimilar estos datos en clave política y me pierdo en la cantidad de variables que todavía pueden suceder y como cada gobierno podrá o no, hacer uso del manejo de la crisis como un caballito de batalla de una futura campaña electoral, algo que hoy parece tan lejano como un perro de la luna, pero que indefectiblemente siempre vuelve sobre nosotres.
Atardece en un barrio del oeste barilochense y mientras el sol se esconde detrás del cerro Capilla ya se siente ese silencio exterior que se asemeja al que se escucha justo después de una gran nevada. Se me viene a la mente la película “El Resplandor” con Jack Nicholson donde una familia tiene que pasar un invierno encerrada en un hotel perdido en la montaña y el protagonista se va poniendo demente y su rostro mutando con el paso de los días.
Sin ir más lejos hace unos días mis compas de ruta me gastaron largo y tendido por mi cara anti marketing en una selfie que hizo cada une para lanzar una campaña de suscripción de este medio comunitario. Mi rostro fue un fiel reflejo de mi estado de ánimo, al menos en este momento de la pandemia: ceño fruncido, frente arrugada, pelos desalineados, boca entreabierta y ojos fuera de foco, fueron algunos de los indicadores gestuales que dan cuenta cómo transito, al menos en los momentos más hondos de los vaivenes emocionales de esta cuarentena XXL que ya superó los 40 días. Pero sincero, real y verosímil de esta coyuntura. Y como en tantas otras cosas del camino, el cómo resulta más importante que el cuándo, el cuánto y el por qué.
La cuarentena comenzó en el epílogo del verano y mientras escribo estas líneas veo prendido el fuego de la salamandra. ¿El cambio de estación traerá un cambio de época? El clima es otro, nuestras preocupaciones ya son diferentes y nuestros ahorros (en el mejor de los casos) definitivamente menores a cómo entramos en este aislamiento. Los primeros días la pasamos en las reposeras bajo el sol y ahora ya guardamos las mangueras ante las posibles heladas. Nosotres mismos no vamos a salir (física, psicológica o espiritualmente) de la misma manera de esta cuarentena, alguna mínima huella nos dejó, algún achaque nos caló la piel, alguna marca ya quedó tatuada en nuestro cuerpo. Son las secuelas de la vida y de la peste.
Por Sebastián Carapezza
Equipo de Comunicación Popular Colectivo al Margen